Dos fotografías: en una se aprecia su inteligente mirada, en la otra está solo, paseando solo por el claustro universitario; no he podido elegir, las dos me parecen necesarias para acercarse mejor a este hombre que Jon Juaristi retrata magníficamente en la biografía recién publicada y que acabo de leer.

Mi más admirado rasgo de Unamuno es su capacidad de contradicción. El ser humano es en esencia contradicción; la dificultad y por tanto el verdadero mérito está en la continua reafirmación. Unamuno fue catedrático en la materia.
Bilbaíno hasta la médula, también castellano convencido. Un particular vasquismo el suyo: máximo defensor de la lengua vasca y a la vez su mayor detractor. Carlista de ida y vuelta, nacionalista español, socialista convencido, franquista declarado y por ello desprestigiado, desengañado de casi todo y vuelta a empezar.
Intelectual de salón que apoya la guerra "pero la civil, no la militar", sutilezas que el muerto en la contienda no llega a comprender. Desde su atalaya apoya al dictador lo mismo que lo desautoriza, convirtiéndose sin quererlo saberl en otro dictador. Escribe Jon Juaristi en algún momento de la biografía: "En esto, como en tantas otras cosas, Unamuno se
equivocaba"; el autor no oculta ni su admiración ni si desaprecio por el genio, por el ser humano.
Maestro de maestros: Menéndez Pidal, Ortega, Borges, que no le reconoce, Clarín, Pardo Bazán, Lorca. Puntal de la generación del 98 sumida en la tristeza del fin del imperio.
Ensayista, poeta, articulista, "nivolista". Autor teatral que odia el teatro como espectáculo. Políglota para sus pasiones de lectura. Quijotesco hasta en el aspecto, acaso también sanchopancesco.
Enamorado de su Concha, siempre preocupado por sus hijos, atento cuidador del bienestar económico de todos.
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Unamuno en la Universidad de Salamanca en 1930 |
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Debo ahora decir, antes de acabar, que desde pequeño he admirado a Unamuno. Cómo no admirar a aquellos que siempre "dicen su palabra y siguen su camino". Un héroe, que me era tan familiar que me parecía conocerlo. Era mi Don Quijote. Fue mi padre quien me lo hizo querer. Pero esta biografía me ha mostrado no solo al gran hombre, también al soberbio, al hombre necesitado de hidalguía y ansioso por recibir admiración, preocupado por las miserias de la vida y de un ego tal, que para alimentarlo tuvo que contradecirse cuando quizás no debiera. Y me pregunto preocupado si son estas personas dignas de admirar; y me pregunto si sus palabras, que hicieron daño a tanta gente, no debieron ser nunca magnificadas. ¿Hasta que punto su ser contradictorio lo fue por mantener sus ideas o lo fue por devoción al ser humano? Y si el porqué no tiene importancia, que solo lo tienen los resultados, me pregunto qué es lo digno de admiración.
Con contradicción comenzó este artículo y con contradicción acaba. Tras seis años de autoexilio, cuando Miguel de Unamuno vuelve en 1930, su primer discurso en la universidad empieza con las mismas palabras que a su salida dijo en la estación de trenes: "Volveré, no con mi libertad, que nada vale, sino con la vuestra" Emulación del "decíamos ayer" de Fray Luis de León pero no por eso menos apreciada. Son quizás solo palabras, pero que sacian nuestros espíritus.