jueves, 20 de septiembre de 2018

60 años y un día

Ayer cumplí 60 años. De vuelta de mi "Paseo por el Aentejo. Tren hasta Tavira, ya en el Algarve, y luego autobús a Sevilla. De aquí estoy saliendo ahora hacia Madrid, en el AVE, algo no muy coherente con un viaje mochilero pero es lo que hay, de Sevilla a Madrid ya no se puede ser austero, al menos por tren.

Llegué a Sevilla a las 11, ya sexagenario. Lo único positivo de pasar este día en soledad es que atendí como es debido las muchas llamadas y mensajes de amigos y familia. Me tuvieron entretenido desde primera hora de la mañana hasta la medianoche. 

Gracias a todos por vuestros regalos. Correspondo esta vez con estos cuadernos. 

Dicen de Tavira que es la ciudad más bonita del Algarve. Puede ser, pero no lo pude apreciar. Las cuatro horas que tenía para disfrutar de la ciudad tuve que estar con la mochila a cuestas. Increíblemente no había sitio donde dejarla. En Turismo me dijeron que hiciese una queja. Qu esperen. Quiero volver al Algarve pero no será con mochila.

No es mala forma de terminar este viaje tomando un cafecito frente a la Giralda y paseando por la calle Sierpes.


Hasta la próxima









miércoles, 19 de septiembre de 2018

Zambujeira do Mar


Pronunciése la palabra a lo portugués. No es nuestra jota, la de Zambujeira se va hacia el mar.

Otro amigo indio, Kamar, me hizo esta foto. También me habló del Dalai Lama.

He elegido este pueblo atlántico para cerrar mi periplo alentejano porque al mar había que ir y el dónde era un poco fruto del azar, sobre todo de las comunicaciones, de la disponibilidad de transporte, tanto para llegar como para salir. Pero he elegido bien. Zambujeira es una joya. Está en un parque natural y en el corazón de la llamada Rota Vicentina, 



Hablando de rutas, se me olvidó apuntar que alguno de los lugares por los que he pasado formaban parte del camino de Santiago portugués, ciertamente con mucho menos gente que el del norte de España, pero que también tiene su público. Pues bien, la Rota Vicentina es una muy buena opción para los caminantes. Tiene dos ramales, uno puramente por la costa y otro un poco al interior, siempre cerca del mar. 125 o 250 kms. según la que escojas.

Me ha parecido una ruta muy atractiva, hoy me he cruzado con un grupo de unos seis españoles que venían del sur (se puede llegar hasta el extremo suroeste de Portugal) y se dirigían hacia Setubal. Me han dado envidia. Imagino cómo será toda la ruta a la vista de cómo es Zambujeira. Queda claro que estas fotos que pongo muestran lo que se ve desde Zambujeira y alrededores, los fabulosos acantilados, las vacías playas, los bruscos oleajes, las nieblas repentinas...

Pero la población es de las que no recuerdo. No es que viva de espaldas al turismo, creo que en Verano está hasta los topes. Además tiene un buen surtido de restaurantes (que me lo digan a mí, los cojonudos percebes y el sabroso pulpo a la brasa que me acabo de comer)... Pero no se percibe especulación inmobiliaria. Las casas tienen dos pisos. Los transportes son muy limitados (mañana, sin ir más lejos, salgo de aquí en taxi).  Tres fotos que acompañan este texto ilustran lo que trato de decir.




Si fuese este blog un medio de comunicación  masiva no hablaría tan elogiosamente de Zambujeira do mar, no sea que me lo destrocen. Pero son pocos los que me siguen y menos los que me hacen caso. Así que lo digo y lo repito: un lugar, una costa que visitar. Todavía hay lugares con alma.


martes, 18 de septiembre de 2018

Beja y hacia el Atlántico


Por Beja pasé hace dos días pero solo conocí la estación. Hoy tengo unas cuantas horas para descubrir la ciudad. Otro "pueblo blanco", de casas blancas, blancas y amarillas, blancas y azules, casas bajas, plazas amplias, calles estrechas, calles alargadas. Y algunas de ellas en un alto. Sencillo, modesto y  pobre. El alentejo es pobre y se nota. Pero no importa. Porque a veces no es necesario más. La belleza, la paz, el equilibrio, compensan la falta de riqueza.
Dicen que Beja es la planicie dorada,  por los campos de trigo. Tendrían que ver Tierra de Campos.

Subo a la torre del homenaje, dicen que de las más altas del mundo (!!), lo cierto es que es imponente. Se aprecia la planicie dorada, pero quisiera esta torre en los campos de Castilla...

Paseo por la ciudad a la búsqueda obsesiva de un restaurante donde comer bacalao a la brasa o bacalao a la dorada. No lo puedo creer, no lo encuentro. Como sustituto decido comer en la Pousada de San Francisco, una de esas maravillosas Pousadas (nuestros paradores) que descubres en los lugares más insospechados. Me regalo un comer de señorito y lo disfruto. El lugar es magnífico. Un claustro acogedor como tantos. Un comedor amplio y un servicio cuidado. Solo hay que tener precaución con lo que se pide, no te hartes antes de empezar. Pero ya estoy avisado, me pido dos aperitivos, nada de primero y segundo. Unas perdices escabechadas y un bacalao frito. Y un buen vino blanco alentejano. Lo dicho, un regalo.

Apunto: ruta por las Pousadas portuguesas. 

Después de comer me voy a la biblioteca, sí, uno de los pocos recursos que nos quedan cuando no llevamos ordenador, utilizar los servicios públicos. Y funciona.

La tarde es tarde de autobús, nunca tardé tanto en ta corta distancia. 120 kilómetros me separan del mar. Casi tres horas y media de autobús. Hace más paradas que el metro. Dejamos correr la vida pacíficamente para llegar a la última etapa alentejana, la que da al Atlántico.

Mértola


Vista desde el otro lado del río.
 Hablan de ella como de una "Ciudad Museo". Y como los museos normalmente no abren  la segunda feira ( en español lunes) he tenido que cambiar mis planes para estar aquí el domingo (sábado y domingo se dicen igual que en español, el resto de días, se puede intuir: segunda, terca, así hasta la sexta feira, que es el viernes).
Y los cambios han merecido la pena, si bien lo que de verdad es un museo es la propia ciudad. 
Como siempre, para ver buenas fotos sugiero monear por internet.

Mértola está en el Parque Natural del valle del Guadiana. El río pasa literalmente a los pies de los dos hoteles en los que he tenido que alojarme (una noche en cada uno). Me explican que en tiempos de los árabes (no sé si también de los romanos) los barcos llegaban hasta aquí desde el Mediterráneo. La entrada al mar está cerca de Ayamonte y el río es frontera natural durante bastantes kilómetros. Hoy ya no es tan navegable, como máximo se puede navegar en torno a una hora y teniendo mucho control de las mareas. Yo lo intento pero no hay suerte. El último barco sale a las 4, demasiado sol.


Mértola fue un importante enclave árabe, hasta que en la primera mitad del siglo XIII la reconquista tuvo su recompensa por estas tierras.

Fue un caballero castellano el que a las órdenes de Sancho III, creo, quien echó a los moros. No tardaría mucho en quedarse la zona en manos de otros caballeros del lugar. Es curioso ver cómo va pareja la historia a un lado y otro de las fronteras que hoy separan Portugal y España.


Ana me guía por el museo islámico. Ella insiste en que esto es solo una sala de exposiciones, que el verdadero museo es la ciudad. Le doy la razón. De hecho mi forma de conocer estos lugares consiste en pasear por la ciudad y entratro dr a "las salas" que me encuentro por el camino. Y si me dejo alguna, no pasa nada. El descubrirlas es un placer.  Este museo islámico es una joya, sorprende cómo un pueblo tan pequeño ha sido capaz de conservar estos fabulosos restos (utensilios de comida, joyas etc) y reunirlos en estas salas. Dicen que es único en Europa y lo creo. Hablo con otras personas, con una artista que también es profesora. Me dice que el colegio de Mértola hace diez años eran 190 profesores, hoy solo 80. Que llegó a haber 2500 estudiantes, hoy 480. Es el Portugal vacío. Por eso tiene también tanto valor el dar luz propia a estos pueblos. Quizás el turismo los salve.



También hay una iglesia que fue mezquita, y una casa islámica y unas ruinas de lo que antaño fue un barrio islámico, y un castillo, y una torre del homenaje y una casa romana...Y un buen sitio donde comer un cocido alentejano. Garbanzos y algunas cosas más, pero sin exceso de grasas. Así que la tarde la dedico a escribir estos cuadernos y a disfrutar de las vistas al Guadiana.


Que no, que no, que no es la habitación de mi hotel, que es una reconstrucción de una casa alentejana. Otro de los museos de la ciudad.  Aquí dormían el matrimonio y tres hijos.


lunes, 17 de septiembre de 2018

Paseo por el megalítico

Por la tarde me iré hacia mi nuevo destino, Mértola, pero dicen que no hay que dejar Évora sin visitar las ruinas megalíticas que hay a unos kilómetros, en Monsaraz. Contrato con una agencia, somos siete en una furgoneta. El guía, arqueólogo entusiasmado. Debe haber arqueólogos por aquí para dar y tomar. Ciertamente son unos restos notables, destacan el cromeleque do Xerez y el menhir de Bulhoa. Ahí va unas foto que dan fe de mi paso por el megalítico.

Digamos 7.000 años

La comparación con Stonehenge (Sur de Londres) es inevitable. La principal diferencia es que todos estos restos están en propiedades privadas y por tanto con graves carencias de conservación, sujetos todavía hoy en día al vandalismo. Al parecer, tras la revolución de abril, cuando las tierras volvieron a los terratenientes estos se aferraron fuertemente a ellas lo que hace impracticable por parte del Estado las expropiación forzsosa (política...porque las leyes existen). Al menos permiten que policía a caballo cuide las zonas, supongo que de manera limitada, solo para que les veamos los turistas que hasta aquí llegamos. Los restos son impresionantes pero no se aprecia, simplificando mucho es como ver piedras en medio del monte.

El guía se enrolla bien, hasta se brinda a compartir la lección magistral que da a nuestro grupo con un autobús de 30 americanos que le escuchan abobados. Èl también se escucha con mucha atención. Tiene un 5 rotundo en Tripadvisor y una apreciación total en Lonely Planet. Yo, después de elogiar su trabajo y pagarle lo acordado (25 euros) no puedo por menos que decirle que lo que hizo con los americanos no estuvo nada bien, si el guía de ellos es amigo suyo, con más razón. No le dije que también vi como le pasaron una propinilla. Al parecer, nadie, ni los 5.5, están libres de pecado. 
(Esto lo hizo el guía en una de las tres paradas, si lo hubiera hecho en otra, yo hubiera renegociado el precio. Pero mi comentario en Tripadvisor ya lo tiene, a ver si baja nota...).

Ya por la tarde cojo el autocarro (autobus) que en una hora me lleva a Beja y en otra a Mértola. Llego al anochecer, dejo la mochila y me pongo a explorar un pueblo vacío. Hay un teatro abierto, un señor que hay a la puerta me invita a entrar. Toca una pequeña orquesta (chavales jóvenes la mayoría, un total de 25, no tan pequeña, St. Joan School o algo así) y lo hacen animadamente, música de películas, adaptaciones de clásicos... en fin, divertido. Somos menos en las butacas que en el escenario. !Qué bienvenida más agradable me ha dado Mértola!

Al fondo, una foto, Mértola.


Èvora

El viajero.

Simón es un hombre religioso pero dice que la fé no es lo importante, o la tienes o no. Lo importante son las obras, las pequeñas obras. Y eso que predica intenta llevarlo a cabo. Dice que si cuando estás con alguien te vas más contento que cuando lo encontraste ya es suficiente. Eso es hacer el bien.



Evora es la mayor de las ciudades que creo pisaré en este paseo alentejano. Tiene 40.000 habitantes. Es una ciudad blanca, como tantas otras por estas tierras, mezcla de nuestra Extremadura y de nuestra Andalucía. Con sabores judíos y sabores árabes. Tan cercana su historia a la del resto de la península ibérica. En Évora hay muchos monumentos, restos romanos, un acueducto, una universidad ciertamente bonita, iglesias muchas y plazas, plazuelas y calles estrechucas que hacen la delicia de un paseante. La plaza Giralda magnífica. Descubro también una exposición de instrumentos musicales extraños, de origen africano principalmente, también asiático. No son originales, son copias maravillosas que emiten sonidos muy curiosos, que tocan dos o cuatro personas. El artista un tío sin dura raro pero genial, Victor Gama. Sugiero una búsqueda en Youtube. También se han tocado estos instrumentos con orquestas sinfónicas, seguro que se encuentran cosas. Interesante.

Sí sí, es Èvora.
El acueducto

Évora, detalle











Hoy ha tocado higiene estomacal, como en un restaurante vegetariano, comida a peso, muy bien. Y por la noche busco, como así me había prometido, un lugar donde escuchar fados. Solo hay uno, Bota Alta. No es necesario cenar, que lo agradezco, se puede tomar una copita y disfrutar de esta música que a mi me emociona. Creo que desde la primera vez que vine a Portugal, era mi primera salida de España, tenía menos de 20 años y recuerdo que fuimos a un espectáculo de fados yo con varias copitas de más, perdido totalmente, y no paré de llorar.  Pues bien, Bota Alta es un lugar con sabor, no hay más de diez personas, la mayoría de la casa. Me invitan a quedarme y el rato que tenía pensado pasar se convierte en tres horas. Cantan tres fadistas, a la guitarra otros dos. No importa la voz, a alguno ya ni le queda. Es el gesto, el sentimiento. No tardaré en ir a Lisboa, buscaré el bacalahu a la puñeta y a los mejores fadistas.

Bota Alta. Fados.

Una de las canciones que oí no era un fado, era de una brasileña, al parecer una muy reconocida artista, Dolores Durán, cantada con ritmo de fado y con el sentimiento propio. Sentimental como pocas. Para mi un descubrimiento: "A noite do meu bem". A buscarla.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Disfrutando de Marvao

Dicen que es muy turístico. Hablan de un millón de visitantes al año. Cualquier día supera a Córdoba que ya debe andar por los cinco millones. !Qué horror! Pero yo creo que exageran. He salido pronto a pasear para "comerme" la ciudad solito, antes de que llegasen esas hordas de turistas. Y me ha dado incluso tiempo a desayunar. El pueblo es pequeño y tengo mañana otro amanecer para mi.


Eran las 10 cuando aparecían los primeros japoneses. Yo ya me iba a lo mío. Ahí les dejo, que disfruten de ese paseo express recogido en un fotomatón a la postre inextricable. Al menos no habrá tiendas que les distraigan. Es raro, este es un pueblo turístico pero en el que vive gente y en el que no se mercadea sino lo necesario. Cuesta creerlo pero es así. Está elevado en una colina y sus murallas son naturales. Calles estrechas de dirección única por las que apenas circulan vehículos. Se ha mantenido en pie desde el tiempo de los árabes, un árabe le dio nombre. Está claro que en el siglo XX le han pasado una mano de pintura, dicen que Salazar, el dictador. Pero eso sí, le han dejado como la plata. Y mantienen limpias hasta las murallas. No te digo cómo cuidan los jardines. De libro.Sugiero visitar la web del pueblo, se ven mejores fotos que las que nadie pueda hacer, de drones, que de eso yo no dispongo, solo tengo un palo selfie y no acierto a utilizarlo.

Me pongo en marcha. Voy a Castelo do Vide que está a 200 o 300 metros de altitud por debajo de Marvao. Son 10 kilómetros. Se me olvida que el que esté más bajo no significa que no haya que subir y bajar. Y así es. Una paliza de más de tres horas. Con vistas fantásticas, del pueblo que dejo y del pueblo al que voy, pero al igual que el día anerior, los mosquitos no paran de atosigarme. Llego exhausto, nada más llegar me tengo que quitar las botas para dar un respiro a mis dedos, más que a los pies, son ellos los que han sufrido las bajadas. En las varias fuentes que he ido encontrado he bebido buen agua pero necesito algo más consistente, se llaman melocotones, riquísimos. Y aunque he reservado para comer tarde la mañana se me ha echado encima y un taxi me tiene que acercar al restaurante Sever, a los pies de la colina sobre la que se asienta Marvao, junto al río Sever, un lugar tranquilo y acogedor donde disfruto al aire libre de un arroz con liebre como nunca había probado. O eso creo. Dejo la mitad, una lástima.


El Sever. El de la izquierda soy yo, oculto para satisfacción de algunos.
Una de las Quintas que veo en mi paseo
Al fondo Marvao
He hecho amistad con el camarero, Fernando, y se ofrece para llevarme a Marvao. Menos mal. Solo el pensar en subir andando me produce pavor. Ya en el coche me cuenta su vida. Casado, con un hijo ya mayor pero separado de su mujer hace más de quince años. Entonces se fue dos años por Europa, a la aventura  "camareril", para aprender el oficio. Hablamos de comida. De las más de cien formas de preparar el bacalahu. Del bacalaho a la puñeta, que tarde o temprano he de probar (en Lisboa, me temo). Es un bacalao seco, en tiras o migajas con aceite y ajo, eso es todo. Se me hace la boca agua. Me explica Fernando que todos los bacalaos se secan, también el fresco (esto se hace directamente en los barcos pesqueros que tienen un tunel para ello).

Fernando dejó Lisboa y se trajo a sus padres a un pequeño pueblo que se llama Escusa, como quien pide perdón. Le invito a un café en "O Castelo", donde ya empiezo a conocer a los parroquianos. Uno de ellos es la profesora de Chino (!!) de Fernando. A mi me suena raro, pero porqué dudarlo. Al parecer esta profesora, una mujer un tanto rara pero amable y que vive aquí todo el año tiene facilidad para los idiomas. Curioso, con todos menos con el español. Dice que es como protesta contra los vecinos españoles que se niegan a aprender portugués. Todo un poco extraño, pero pasamos un buen rato. Además aprendo una nueva palabra en portugués muy importante para mí en cualquier idioma: cortado, cómo pedir un café cortado. En portugal se dice garoto, um garoto. Lo que realmente quiere decir garoto es chico. Y si el café es con leche, pero no de desayuno, se dice meia de leite. El de desayuno es galao. Puedo asegurar que funciona perfectamente.

Me quedo solo y paso un rato organizando reservas pendientes y futuros restaurantes, leyendo un poco a mi "Juan Belmonte" (sí, una biografía de este torero mítico), aprendiendo un poco más del país en el que estoy, de sus gentes y del Alentejo en particular. Pero sobre todo sigo "comiéndome" la ciudad de Marvao, no me canso de explorarla y el reparador sueño es solo un paréntesis porque las dos horas de la siguiente mañana son de un intenso disfrute antes de partir hacia mi nuevo destino, Évora. Me acerca a Portalegre mi amigo Simao.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Marvão, ciudad fantasma



Madrugo para coger el primer tren de la mañana, el que me llevará a Entroncamento donde reclamo mi perdida navaja el día anterior y a la que tanto echo en falta. Busco y rebusco en la mochila a sabiendas de que se ha ido para siempre. Navalha, faca, canivete, da lo mismo la palabra que use, entienden perfectamente lo que busco, lo que no entienden es mi ansiedad.



Un nuevo tren me lleva a Portalegre donde llego a eso de las 12 y ante la idea de esperar hasta media tarde decido coger un taxi que me acerque a Marvão, pequeño pueblo en el corazón del Parque Natural de la Sierra de San Mamede, y que es mi próximo destino.  Tengo reserva para una noche pero nada más llegar me enamoro del pueblo y de la hostería y no lo dudo: alargo la estancia.

Atención a los letreros. Cuánto me gustan algunos.
Simao es mi chófer, un hombre calmado como lo es el carácter medio portugués, o eso me parece a mí. Habla español, por aquí todos lo hablan. Estamos a escasos kilómetros de la frontera: Badajoz, a 60 kms, un poco más allá, Olivenza, esa ciudad medio hispana medio lusa.Valencia de Alcántara a 50. Pero tengo entendido que al otro lado de la frontera no se habla portugués como aquí español. Así  son las cosas. 

Hablo sin parar con Simao (Simón también le vale, pero yo prefiero el original, me gusta como suena en portugués, como un poco gangoso). Conoce bien a los españoles, se crió en una especie de horfanato y cinco de las siete monjas que le cuidaron eran españolas. Y entre dimes y diretes una nueva palabra portuguesa se viene conmigo: pacato. La utiliza mi amigo para diferenciar a los portugueses de los españoles, dice de su gente que ellos son más pacatos. Le hago ver que, al menos en español, la palabrita suena algo despectiva (timorato, insignificante...), me entiende, pero se reafirma. Busco más tarde significados en portugués y el matiz es importante, pacífico sería una buena traducción. Así me parece Simao, así me lo parecen muchos portugueses con los que hablo, pacíficos, pacatos. 

Quedo con él que le llamaré si le necesito para la vuelta y rápidamente me organizo en mi "suite conventual" (eso es lo que es mi magnífica habitación), como en un cercano restaurante con vistas infinitas y mientras disfruto de un vino alentejano preparo la larga tarde. Para concretar el qué hacer me acerco a la oficina de turismo (abren a las dos, tras el almorço) y queda decidido, me voy a montar a caballo. A la finca dicen hay que ir en coche. Como casi siempre se olvidan de la mejor manera de ir de un sitio a otro: andando. Y así me voy, son unos seis kilómetros monte a través y casi todo bajada. He quedado a las seis, pero quiero estar antes. La visera hace su papel porque el sol cae de plano, si bien esto no es lo peor, lo peor son los mosquitos. No me dejan en paz y me hacen dudar de mi cordura, tal es el nebuloso revoloteo con el que me acompañan en mi paseo.

Caballos Marvão lo lleva una familia española , el padre ejerce la medicina en Portugal, la hija ha estudiado periodismo en Salamanca pero sigue haciendo másteres y doctorados y los fines de semana se viene a este retiro, para ayudar y para disfrutar. Tenían cuatro caballos para la familia pero hace unos años vieron el negocio y ahora tienen más de quince. Al acabar el paseo, una hora, para qué más, tomamos un pequeño refrigerio. Nos acompaña la abuela que está algo impedida. No dice nada. Lo entiende todo. Solo sonríe. Con una dulce sonrisa. 


Todo menos estilo.
Me refiero al caballo

A las nueve de la noche Marvão está desierta, parece una ciudad fantasma. Aunque causa todo menos miedo. Para cenar pocas opciones pero la mejor un sandwich en la terraza de "O Castelo", una cafetería estratégicamente colocada con gente amable, tranquilidad, buen precio y perspectiva. El pan alentejano es pan de verdad, no como esos de molde que solo tiene esoestán moldeados. Y aquí en Marvão, yo creo que en general en Portugal, saben lo que son los céntimos de euro. Un café son 0,65 y una botella de agua puede ser 0,72, en un bar me refiero. En España, salvo en los supermercados, solo nos movemos con múltiplos de 10, y alguna vez de 5, las menos.  

Silencio. Silencio absoluto. A dormir.

Tomar las de Villadiego

Con tanta cerilla ardo en deseos de comer un buen bacalahu. Cuando en la carta leo "Bacalao pie" (lease tarta de bacalao) inmediatamente viene a mi cabeza la imagen de un pastel, con su hojaldre y su bien definida forma. Pero no, nada más lejos de lo que es este plato, un exquisito engrudo de bacalao y patata del que doy cuenta sin pestañear. Un placer. Ya vengo precavido para las enormes raciones que se sirven en todos los restaurantes y desde el principio pongo freno a los aperitivos, sean unas simples aceitunas, sea un "petisco de queijo" (tapa de queso), sea lo que sea.


Mira si es tranquilo. La primera ventana a la izquierda, la mía.
Hemos empezado con buen pie el asunto de la manduca. Hoy se impone una larga siesta. Luego un paseo por esta bonita ciudad, pequeña, blanca y tranquila como la que cualquiera con poca imaginación pueda imaginarse. Entre las callejuelas descubro una librería de viejo. No me puedo resistir. El dueño quiere colocarme un libro religioso del siglo XVI. Pero no sé qué haría yo con él. Mis gustos son más de este mundo. Libro de poesía de Pessoa, Mensagem, para practicar el portugués, siete euracos. A saber lo que pediría por el libro roñoso.



En esta librería aprendo una palabra portuguesa que me gusta: maluco. La dice mi anfitrión refiriéndose a Ramón Tamames, al parecer primo carnal de su española mujer, y al que conoce de cerca, estuvo en sus bodas de oro, que celebró en Santo Domingo de Silos, cantos gregorianos incluidos. Dice de Don Ramón que es un gran intelectual, para su gusto demasiado a la izquierda aunque ahora ya reniegue del comunismo. No por sus ideas sino por sus comportamientos extemporáneos dice de él que está un poco loco, maluco dice, eso dice el librero.

Para dar y Tomar

Treinta minutos en un tren de los que ya no se ven me acerca a Tomar. Dejo la mochila en el hostal, sin subir siquiera a la habitación. Más ligero de peso me voy directo al desafortunadamente llamado Convento de Cristo. Y es que es mucho más que un convento. Es un castillo, es un acueducto, es un monte de 45 hectáreas... y en el centro hay un convento. Todo obra de los Templarios, de ellos, de los Pobres Caballeros de Jesucristo, de la Orden del Temple. Y de sus sucesores en Portugal. Porque cuando en el siglo XIV aquellos poderosos defensores de la religión cristiana fueron poco a poco defenestrados, tras dos siglos de un inmenso poder, país tras país, convento tras convento, castillo tras castillo a lo largo de toda Europa, en Portugal fueron perpetuados a través de la llamada Orden de Cristo.  Y en cierto modo hasta nuestros días. Hoy, todos los bienes confiscados, el Gran Maestre es el Presidente de la República de Portugal.


Convento de Cristo. Detalle.
Convento de Cristo. Detalle.

Pues bien, este Convento es soberbio. A cada claustro un nombre y un no sé que que le hace sorprendente. El claustro de la miga, el de los cuervos, el de las hospederías... Y luego están las celdas, an una encrucijada de pasillos sobrecogedores, y un refectorio para mí único. Y en el centro de la iglesia la llamada Charola, una construcción en rotonda que no acierto a explicar y que nos llevamos en nuestra memoria los que por aquí pasamos. Mueran las fotos.


La Charola. A buscar fotos  en internet.

En Batalha y Alcobaça, no muy lejos de aquí, hay otros dos conventos templarios que complementarían la visita, pero no están en mi ruta. Los dejo para otra ocasión. Es conveniente dejar algún plato sabroso para mantener viva la llama del viaje pendiente.

Y como hemos empezado culturetas sigo con otro museo. Pero no asustarse. Este es curioso como pocos, dicen que es la mayor colección de cajas de cerillas de Europa. Y sí, está en Tomar. Más de cien países, más de 40000 cajas, hay quien dice 80000, da lo mismo, imposible contarlas. Ahí van unas fotos que ayudarán a entender porqué esos cientos de cajas de cerillas que aún guardo en ese l desván , irán en breve a la basura. Este señor viajero era un todo un coleccionista. D. Aquiles de Mota Lima. Su hija, más de 90 años, todavía vive en Tomar y modestamente sigue ampliando el museo, ahora municipal, el Museo dos Fosforos le dicen.



Siete salas de museo. Entreténgase el lector en echar un vistazo a los detalles.


 







viernes, 14 de septiembre de 2018

PASEO POR EL ALENTEJO. Y MÁS.

Noche del 10 al 11 de septiembre de 2018

Son las seis de la mañana y me siento cansado. Y me gusta. Es una sensación que todo viaje que se precie debe causar. No importa que sea el primer día o las primeras horas de viaje, casi mejor si se empieza cansado.
Es la estación de Entroncamento, la última antes de Lisboa viniendo como vengo desde Madrid Chamartín. Esta vez me olvidaré de la bonita Lisboa, me temo que incluso de sus fados, aunque me prometo intentarlo. Esta vez caminaré por el Alentejo, por el sur de Portugal, a ser posible por el interior. Aunque por aquello de las dificultades ferroviarias he entrado por la región del Ribatejo, región que como su nombre indica, se sitúa en la ribera del Tajo.
Chamartín
El viaje en solitario anima desde el principio a relacionarse con otros. Ya en el autobús con un chaval de 18 años forofo del ánime. Ya en la estación con una señora argentina con dificultades, cómo no, para moverse dentro de estas
fantásticas macroestaciones de las que disfrutamos. Ya en el tren con los primero turistas, muchos de ellos emigrantes en uno y otro sentido, que van camino de Portugal en este tren nocturno que nada tiene que ver con aquellos míticos trenes compartimentados en los que la charla y las relaciones eran parte indisoluble del viaje.
Diez horas de un sin dormir y aquí estoy, camino de mi primera etapa, el pueblo se llama Tomar.


Cansado, como debe ser
















Ahí vamos, con algo de retraso...