Eran las 10 cuando aparecían los primeros japoneses. Yo ya me iba a lo mío. Ahí les dejo, que disfruten de ese paseo express recogido en un fotomatón a la postre inextricable. Al menos no habrá tiendas que les distraigan. Es raro, este es un pueblo turístico pero en el que vive gente y en el que no se mercadea sino lo necesario. Cuesta creerlo pero es así. Está elevado en una colina y sus murallas son naturales. Calles estrechas de dirección única por las que apenas circulan vehículos. Se ha mantenido en pie desde el tiempo de los árabes, un árabe le dio nombre. Está claro que en el siglo XX le han pasado una mano de pintura, dicen que Salazar, el dictador. Pero eso sí, le han dejado como la plata. Y mantienen limpias hasta las murallas. No te digo cómo cuidan los jardines. De libro.Sugiero visitar la web del pueblo, se ven mejores fotos que las que nadie pueda hacer, de drones, que de eso yo no dispongo, solo tengo un palo selfie y no acierto a utilizarlo.
Me pongo en marcha. Voy a Castelo do Vide que está a 200 o 300 metros de altitud por debajo de Marvao. Son 10 kilómetros. Se me olvida que el que esté más bajo no significa que no haya que subir y bajar. Y así es. Una paliza de más de tres horas. Con vistas fantásticas, del pueblo que dejo y del pueblo al que voy, pero al igual que el día anerior, los mosquitos no paran de atosigarme. Llego exhausto, nada más llegar me tengo que quitar las botas para dar un respiro a mis dedos, más que a los pies, son ellos los que han sufrido las bajadas. En las varias fuentes que he ido encontrado he bebido buen agua pero necesito algo más consistente, se llaman melocotones, riquísimos. Y aunque he reservado para comer tarde la mañana se me ha echado encima y un taxi me tiene que acercar al restaurante Sever, a los pies de la colina sobre la que se asienta Marvao, junto al río Sever, un lugar tranquilo y acogedor donde disfruto al aire libre de un arroz con liebre como nunca había probado. O eso creo. Dejo la mitad, una lástima.
El Sever. El de la izquierda soy yo, oculto para satisfacción de algunos. |
Una de las Quintas que veo en mi paseo |
Al fondo Marvao |
Fernando dejó Lisboa y se trajo a sus padres a un pequeño pueblo que se llama Escusa, como quien pide perdón. Le invito a un café en "O Castelo", donde ya empiezo a conocer a los parroquianos. Uno de ellos es la profesora de Chino (!!) de Fernando. A mi me suena raro, pero porqué dudarlo. Al parecer esta profesora, una mujer un tanto rara pero amable y que vive aquí todo el año tiene facilidad para los idiomas. Curioso, con todos menos con el español. Dice que es como protesta contra los vecinos españoles que se niegan a aprender portugués. Todo un poco extraño, pero pasamos un buen rato. Además aprendo una nueva palabra en portugués muy importante para mí en cualquier idioma: cortado, cómo pedir un café cortado. En portugal se dice garoto, um garoto. Lo que realmente quiere decir garoto es chico. Y si el café es con leche, pero no de desayuno, se dice meia de leite. El de desayuno es galao. Puedo asegurar que funciona perfectamente.
Me quedo solo y paso un rato organizando reservas pendientes y futuros restaurantes, leyendo un poco a mi "Juan Belmonte" (sí, una biografía de este torero mítico), aprendiendo un poco más del país en el que estoy, de sus gentes y del Alentejo en particular. Pero sobre todo sigo "comiéndome" la ciudad de Marvao, no me canso de explorarla y el reparador sueño es solo un paréntesis porque las dos horas de la siguiente mañana son de un intenso disfrute antes de partir hacia mi nuevo destino, Évora. Me acerca a Portalegre mi amigo Simao.
Tenias razon,ya estaba la siguiente entrega y ávida por distraerme la he leido un par de veces.
ResponderEliminarSi pruebas el bacalao dorado me dices tu opinión: es uno de los preferidos de tu cuñado.
Buenas noches Ana M