martes, 21 de febrero de 2023

Maaambo!

No dejarse engañar por el título. Seguimos en Colombia. Más concretamente en Bogotá, ya recogiendo. Como hoy era un día de paso nada era lo que esperaba. Mi primera alegría: desde la habitación del hotel veo lo que parece una plaza de toros. Lo confirmo, no era un sueño. Cuando salgo camino del Museo Botero y veo que me pilla de paso el Museo de Arte Moderno. Eso no me lo puedo perder. Ya me perdí el de Medellín, este de Bogotá está diciendo vente. La bienvenida es notable: MAMBO, en colorines; museo, arte y moderno da para muchas siglas, a veces divertidas pero ninguna como esta: Museo de Arte Moderno de Bogotá, ahí está.  El de Medellín era MAMM, tres M, no sé qué pensar. En fin, que no hay mambo que valga, que hasta el 16 no estrenan exposición. Mi gozo en un pozo. A ver qué pasa en el siguiente.

El museo Botero se hizo con las donaciones que el propio artista hizo al estado Colombiano. Su colección personal (con mucho impresionista, cubista etc notables) y su obra propia de la que era dueño. Solo puso dos condiciones: que la colocación de las obras sería para siempre la que él dijese, no otra y que el acceso al museo fuese siempre gratuito. Con esto ya te cae bien un artista. Todos hemos visto esculturas en bronce de gordas supergordas inconfundibles. Más de una foto ha caído en este blog.  Fernando Botero tiene 90 años, es el artista colombiano más reconocido en todo el mundo; como escultor posiblemente de hoy y de siempre. Sus obras digamos de calle,  "caen bien" a la gente, son cercanas, tienen algo de personaje de comic que atrae. Y ahí nos quedamos. Pero no, Botero es un artista notable. Sus óleos, sus acuarelas, en tamaño grande, en tamaño pequeño, todos muestran su personalísimo estilo y me parecen buenísimas. Aunque lo que a mí más me ha gustado  son sus dibujos. ¿Por qué? Quizás por inesperados.

Mano de bienvenida al museo

Había otro museo que me hubiera gustado visitar de nuevo, el Museo del Oro, cierra los lunes.  Lo sustituyo por la particular "cuesta Moyano" de Bogotá. En libros no me atrae la segunda mano pero he encontrado algo que de otra manera sería imposible (Alvaro Mutis). No me enrollo con el temita pero diré que hoy he visto la tienda de libros de segunda mano más grande del mundo, que yo haya visto y que pueda imaginar. Habitaciones y habitaciones, en estanterías, en el suelo, en un piso, en otro. En dos palabras: inquietante, desasosegante. He "evacuado" exhausto.

He paseado por Bogotá, he subido en teleférico a Monserrate, alto alto, 3250 metros. En fin, he apreciado la ciudad, más de lo que anticipaba. No hay que presuponer, en cualquier rincón, en cualquier momento, puede surgir un encuentro que lo cambia todo, o que cambia algo, lo que no es poco.

Me despido. Me despido con palabras. Primero comidas y bebidas: patacón, michelada, tilapia arepa, tinto, perico, sancocho, casticazuela, arequipe, bandeja paisa etc. Y muchas otras, también expresiones: de pronto, tapabocas, voltear, parqueadero, regáleme su nombre y mi preferida:  legumbrería.

Me despido. Me despido con dos comentarios. Sobre los viajeros españoles a Colombia e hispanoamérica en general. Son pocos, muy pocos. Y jóvenes ninguno. Supongo que prefieren lo exótico y el idioma, tan sencillo, frena. Mejor Vietnam o Tailandia.  Lo entiendo pero que se piense. Para los curiosos: lo que me ha costado este viaje: 750€ el avión y 100 € diarios la estancia; quitando vuelos, que serían prescindibles, se quedarían en 80. Cualquier joven con razonables criterios de austeridad ahorra otro 20% sin problemas, total 60 euracos al día.

Me despido. Me despido con lo que me dijo un paisano, ahora no recuerdo quien: Gracias por venir a nuestro país. 

Hasta otra.

lunes, 20 de febrero de 2023

Sabaneta

"Había en las afueras de Medellín un pueblo silencioso y apacible que se llamaba Sabaneta"

Así empieza el libro que ya he acabado.  Sucede que en Sabaneta está la iglesia de María Auxiliadora,  de los Salesianos. En los más duros años de "plata o plomo" allí iban los sicarios a pedir a la virgen  que no les vaya a fallar, que les afine la puntería cuando disparen y que les salga bien el negocio. Iban como en peregrinación los martes, no me digan porqué, con sus tres escapularios: uno en el cuello, otro en el antebrazo y otro en el tobillo, para que les den el negocio, para que no les falle la puntería y para que les paguen.  Uno imagina que un sicario es un cachas, un tiarrón. Pues no, estos no son así. Estos eran chavalillos de 12, 13 años cuya vida se resumía en eso, su temprana muerte no daba para más.

Cuando en el hotel releo este inicio no lo dudo. Mejor Sabaneta, por los aromas. Y paso el día en Medellín, esta vez usando el metro, un fantástico metro sobre  tierra que me lleva en un pispás de un lado a otro de la ciudad; al final de una de las líneas está el pueblo sicario.  Sabaneta es una plaza, no más.  Pero María Auxiliadora allí está. Y a la hora que llego está llena, llena como no recordaba iglesias ni siquiera en funerales de pueblo. La gente en la calle. El cura emocionado, no es para menos, eso sí, pidiendo, pidiendo para los pobres, todo el día pidiendo, si no es para los pobres, es para la salvación de las almas o para los negritos de África, o si no, para que la enfermedad pase de largo y le pille a otro. Joder con los curas. Me llevo el sabor. No puedo por menos que recordar la historia de aquel joven sicario de 14 años que se confesaba de haberse acostado con su novia callando el que llevaba ya trece muertos sobre sus espaldas; de eso que se confiese el que lo manda, decía.

Inciso: en Sabaneta conocen la morcilla, así como suena. Un señor con el que hablo en el metro me cuenta, entre otras cosas también interesantes, maravillas de un plato propio del lugar, no sé si sabrá de qué le hablo, dice, le llaman morcilla. Me suena, contesto. Luego me la pido para comer, junto con una rica arepa vegetariana (compensando) y debo decir que estaba muy buena; pequeñita, del tamaño de una croqueta, me he comido cinco; no me han transportado a ningún otro lugar del mundo, no llega hasta ahí mi nostalgia.

Pero sigamos. Hablando de miserias diré que hoy he visto muchas. Es domingo, las calles están vacías, pero los mercados de comida funcionan más que ningún otro día. He visitado primero Plaza Florez, que parece un guiño a lo que más abunda en este mercado, las flores. Y luego, siempre caminando, por medio de todo ese centro que un día de diario está imposible, me acerco a Plaza Minorista, mercado inmenso donde los haya. Pues bien, este mercado está a 850 metros de la Plaza Botero.  Recordar que esta plaza muestra más de 20 obras de este escultor y es puro centro. En esos solo 850 metros uno empieza a ver chavales tirados por el suelo con la mirada perdida, rebuscando en basuras imposibles, fumándose no se sabe qué en una pipa de no se sabe cómo, con piernas atrofiadas, con caras magulladas, a pleno sol, tirados, tirados.  Solo me atreví, por pudor, a sacar una foto. Ahí queda. Hoy en día las imágenes no son ningún problema. Se escribe "Bronx en Medellín", seleccionas imágenes y hasta aburrirse. 

Lo peor no lo había visto: cuando desde el mercado me quiero acercar a la estación de metro, otros 900 metros, el infierno empieza a quemar. No es uno, no es una decena, son centenares, agolpados, tirados, tirados. Diría que miles.  De repente, un chavalillo se echa encima de otro y le empieza a arrear de lo lindo con un palo. Está a diez metros, el atizado es atizada, desnuda, enseñando los pechitos, eso son, veo que es una niña, no más de 12 años. Golpea y golpea, la niña se protege pero empieza a sangrar por la cabeza. Una del lugar, pero "normal" chilla, para, para, no golpees. Suena la alarma de la moto policial, estaba a no más de 60 metros. Pasa delante de la niña que se va como atontada, sangrando por la cabeza y no haciendo caso a la única persona que la quiere ayudar. Se acercan los policías junto al golpeador, hablan con él no se sabe qué y la vida continua. Tengo foto de la niña, mala, como todas, la foto me refiero. Sentí vértigo. Y un poco de miedo.

No me resisto, antes de seguir, a copiar aquí unas líneas de "La virgen de los sicarios", demoledora lectura. "Hace dos mil años que pasó por esta tierra el Anticristo y era él mismo: Dios es el Diablo. Los dos son uno, la propuesta y su antítesis. Claro que Dios existe, por todas partes encuentro signos de su maldad. Afuera del Salón Versalles, que es una cafetería, estaba la otra tarde un niño oliendo sacol, que es una pega de zapateros que alucina. Y que de alucinación en alucinación acaba por empegotarte los pulmones hasta que descansas del ajetreo de esta vida y sus sinsabores y no vuelves a respirar más smog. Por eso el sacol es bueno. Cuando vi al niño oliendo el frasquito lo saludé con una sonrisa. Sus ojos, terribles, se fijaron en mis ojos y vi que me estaba pidiendo el alma. Claro que Dios existe."


Pasa el tiempo y me vuelven estas imágenes y me digo que cualquiera podría ser la niña golpeada, también yo, y que la policía, con su imponente moto y con sus ropas molonas, también habría pasado de largo para acaso reconvertir al malvado, eso.

No todo son tristezas. Otras cosas suceden que nos hacen reir o pasar miedo, o ambas dos. Y es que al atardecer comenzó a llover. Estaba en el Poblado, en el parque, tenía algunos planes por allá, los he cambiado. Lo que me daba rabia es que quería subir en metrocable, a un lugar cualquiera de esta ciudad, eso no importaba.  El cable en Medellín está muy bien, la altitud oscila entre los 1300 y los 2800 metros, depende por donde se ande y esto facilita mucho la vida.

  Decidido, no renuncio, yo quiero ver la ciudad desde una cabina de metrocable. Y si llueve, que llueva. Pero hete aquí que el problema no es el agua, es la brisa, la puta brisa. Porque aquí no es viento, es brisa (como tampoco se sube sino que se va).  Dicho y hecho. Defino destino, cuatro estaciones, no más. Pero no, me bajo en la primera. La cabina empieza a moverse y algunos viajeros, aconstumbrados como están al medio, se ponen nerviositos. Consiguen transmitir el miedo, no es para menos. La cabina no sé si se abrirá o no pero lo cierto es que balancea a la vez que reduce velocidad, lo que todos interpretamos negativamente. Yo me bajo en cuanto puedo y espero a ver. Me lío a hablar con los responsables de la estación.  Dicen que a lo peor "evacúan" (así lo dicen) pero al final aquí no hay evacuación, en otras líneas, las que suben más alto, parece ser que sí. 

Pasado un cafecito y un dulce de arequipe, vuelvo a la cabina y me regreso a casita, como si nada; en pocas horas me sale el vuelo a Bogotá. 

La cabina, quién no la recuerda


Antes de dormir echo un vistazo al móvil, en el día 17,2 km; andando, de los otros no sabe nada mi móvil. Nota para cinéfilos: La virgen de los sicarios está en  película, no me explico cómo pero la hay y no debe ser mala. 

Adiós Sabaneta, adiós Medellín

domingo, 19 de febrero de 2023

Palabras solo palabras

Echarse a la calle a las 6 de la mañana es lo mismo aquí y en San Petersburgo. Se diga lo que se diga. Lo que es distinto es meterse a las 8 de la noche en casa o meterse a las 12. Pues con todo este lío tiene uno que convivir cuando cambia de país. Desayuno en la Terminal Norte y cojo el bus hacia Guatapé. El sol luce tanto como la jornada lo requiere. Las puertas del autobús están abiertas a todo bicho viviente, suben, bajan, piden, paran, en fin vida en estado puro. Se llama Prak, habla como si es algo que hiciese a diario en la universidad, como profesor, o en la radio como entrevistado ilustre. Todo para explicarnos que busca el éxito, que su abuelo le decía que solo había que seguirlo y que al final se consigue. Su arte es el rap. Nos lo muestra y demuestra. Lo hace muy bien. Y no se olviden: mi nombre es Prak, estoy en todas las redes, facebook, instagram y youtube, Prak, acabado en k.  https://youtu.be/CAIB6_pbSlI   Hago lo que me dicen.

Vista panorámica desde el Peñol

Es cierto, hoy todos están/estamos enredados. Lo que suena alarmante no es el querer compartir con todo el mundo todos tus movimientos, tus poses, tus íntimos deseos, tus pasiones, tus saberes, tus desconocimientos, todo debidamente embotado, lo que hoy me suena más alarmante es esa búsqueda desaforada del éxito. Solo puede ser fuente de desilusiones. No asusta lo que suceda a nivel individual, todos hemos tenido fracasos, preocupa como hecho social. ¿Adónde vamos?

Pues lo que decía, yo voy a Guatapé, pero me paro en El Peñol. Parada obligatoria. Son 720 escaleras desde el pie del peñón, más  otras 302, que las he contado, para los que subimos a patita hasta la base. En total 1022. 1022 de ida y otras tantas de vuelta. 2044 escaleras, ¿Alguien da más para una sola tirada? La verdad sea dicha, luego no es para tanto, paras cada 200, charlas con uno de Bilbao que va con su novia bogotana, tiras cuatro fotos y cuando te quieres dar cuenta el sueño se ha esfumado y te encuentras de nuevo en las escalerillas del autobús, como un rapero más; ahora sí ya camino de Guatapé.

Y haciendo caso a los que dicen que una imagen vale más que mil palabras (suelen ser los que no leen), hoy adornaré esta entrada con fotos y fotos que muestran la excelencia no solo del Peñol sino también de Guatapé, ciudad bonita donde las haya, eso es innegable. Se piense lo que se piense de mis capacidades para la fotografía.












Este es el Peñol, foto internet. No me traje el dron.

El amigo Prak, un crack.














En lo más alto


Y así fue pasando el día. Al volver a Medellín me fui al Cerro Nutibara, al llamado Pueblito Paisa (paisas son los de Antioquia, los de Medellin también), una desilusión, una turistada, una gilipollez. Dónde mejor que en el hotel con una cervecita, con mi blog y cómo no con una hamburguesa vegegariana. Ya me he hecho amigo de los camareros.

Se me olvidaba: en el bus hablé, qué raro, con mi vecina, una mujer que me pareció un poco meapilas (aquí hay muchos con ese patrón) y que tenía una conversación agradable. Como hago en otras ocasiones le pregunté qué visitar en Medellín. Que si mejor Jardín, que si mejor Santa Fé de Antioquia, que si tal que si cual. Y en esto va y me menciona un lugar llamado Sabaneta que inmediatamente sentí como familiar. Y me dije: ni pueblos coloniales ni cafetales, Sabaneta es el lugar, aún no sabía muy bien porqué. 

Pero todo esto es otra historia para la que habrá que esperar uno o dos días.




sábado, 18 de febrero de 2023

La memoria

Quien más quien menos ha vivido de cerca la violencia o el narcotráfico. El taxista que ayer me llevó a Comuna 13 me decía que él sabe lo que es la pobreza. Fue pobre hasta los 18 años, ahora tiene 40. Está divorciado, algo que al menos en el colectivo taxistas debe ser muy normal, uno de cada dos, en mi pequeña estadística, lo están. Dice Harby, que así se llama, que encontrar una buena mujer es lo mejor que te puede pasar en la vida. A los pocos segundos dice lo mismo del hombre. Es un tío inteligente, educado y que sabe hablar. Ahora su misión es cuidar de su mamá y de su hermana, a la que ha comprado un taxi. Ellas viven al norte, en la frontera con Venezuela. Allí huyeron desde un pueblo al sur de Medellín donde la miseria podía con ellos. En la frontera conocieron la violencia, me cuenta el caso del asesinato de uno de sus amigos, sin más razón que la de las pistolas, sin razón. Me cuenta que el narcotráfico sigue siendo un problema, también el consumo, me dice que lo ve en su barrio; antes, los narcos alardeaban, ahora no, pero siguen luciendo sus desmesurados  4x4 y todos saben quienes son. Otro taxista en Bogotá también me habló de los super 4x4 que tanto les gustan. Pero Harby dice que es feliz en Medellín, salir de pobre con esfuerzo le ha hecho ser agradecido con la vida y disfrutar de ella con sencillez. Le invité a una cerveza, me pareció que con poca gente podría aprender más que con él. No pudo ser, el taxi no perdona.

Comuna 13 es un barrio increíble. Acompaño alguna foto que no creo que ayude demasiado. En un libro que compré ayer (La virgen de los sicarios) he entendido que las comunas eran algo así como las favelas en Brasil. Lugar vetado. Ley de la selva. Comuna 13 debía ser una de ellas. Reconvertida a través de los grafitis, de las pequeñas tiendas de artesanía, de los restaurantes sencillos pero cuidados, de los artistas callejeros y con un empujón del ayuntamiento (supongo, porque puedes subir hasta arriba con escaleras automáticas; juro que yo no lo hice, me parecía obsceno, casi todo el mundo mostró su obscenidad). 











A Comuna 13 me acerqué a media mañana. Antes, tras un reparador sueño y no menos reparador desayuno, me perdí por Medellín. Salí del hotel sin mapas, sin destino, dejándome llevar, es como me gusta entrar en las ciudades. Y disfruto. Bullicio que aturde ya desde primera hora. Comercio desmedido. Ando y ando y no hay un metro cuadrado en el que no haya un comercio, camisetas, bisutería, marroquinería, bebidas, empanadas, gorras, calcetines, fundas.... horrible. Es el sino de nuestros tiempos. No digo nada que no hayamos visto mil veces, la calle convertida en mercado, en puro ruido, en puro consumo. Me prometo a mi mismo no comprar sino comida y lo consigo. Busco parques, busco zonas sin coches, las encuentro, quizás peor, busco algo distinto....y de repente me encuentro ante el "Palacio de la Cultura", así como suena, así de pomposo. Pregunto al guardia de seguridad en la casi certeza de que es un edificio oficial y me va a decir que nones. Toma datos el amigo y ahí me tienes, viendo una limitada exposición sobre un personaje colombiano de renombre (Rafael Uribe), una minibiblioteca habitada por un solo lector y observando a unas cuantas personas, administrativos, que parecen trabajar aquí. El edificio es ciertamente interesante por dentro, tiene un salón de reuniones que a mí me resulta muy cinematográfico y lo mejor de todo, las vistas desde arriba, desde la terraza.  A mis pies descubro una plaza llenita de esculturas de Botero. La placita buscada y el ubicuo Botero. Empieza a gustarme Medellín. Mi primera impresión, la noche anterior, era acertada. 


Me pareció que aquí se puede rodar algo


Cambio de tercio. Taxi (por 3 € vas de un lado a otro de la ciudad) a la Comuna 13 donde además comeré  una trucha frita muy rica con mi cervecita Colombia. Purito y manta.

Había leído que el Museo de la Memoria de Medellín merecía la pena. Y vaya que si la merecía. El nombre lo dice todo. Al visitarlo recordaba otros dos grandes museos de temática similar, en Jerusalén y en Budapest si no me equivoco. Tiene igual calidad. Es pequeñito, nada pretencioso. Muy meritorio a mi parecer. No imagino un museo de estas características en Bilbao o en Belfast. Tampoco sé si lo hay en países que han pasado por guerras civiles incruentas en los últimos 50 o 100 años.

Paro en el primer expositor y una frase que conozco  bien ilumina la visita. "Estoy en desacuerdo con lo que dices pero lucharé hasta la muerte por defender tu derecho a decirla" (atribuida a Voltaire). Se la oí un millón de veces a mi padre. Poco a poco vas entrando en los vericuetos de la memoria, paneles con fotografías, testimonios de decenas de personas de todo tipo (víctimas, victimarios, intelectuales, madres de Candelaria, niños, viejos, jovenes trans, hermanos, padres, sonidos inexplicables de torturas, interrogatorios, todo con mucha seriedad, con mucha dignidad). La historia de Colombia, de Antioquia, de Medellín, en los periódicos, en la radio, en la televisión. Todo bien expuesto y explicado. Una sala a oscuras con los fantasmas de los miles de desaparecidos. Memoria.

Salgo del museo con ganas de librería, no es fácil, me pongo a andar sin rumbo y el azar me lleva a un pequeño local en el que creo me podré dar por satisfecho. Así es. Le digo a la librera que antes de ponerme a la tarea necesito un café y algo dulce. Veo en su mirada que no cree que vaya a volver. Pero vuelvo, vaya que si vuelvo. Y hablamos y hablamos de literatura colombiana y salgo con cuatro libros (8€  de media cada uno) y con un montón de autores anotados. Esa misma noche empiezo con La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, autor que no conocía y que ya voy adivinando que me había perdido algo de valor.  La librera me dice cómo acercarme al hotel por zona tranquila. Necesito hacer un poco de tiempo, son las 7 y le digo que para mí no son horas de recogerse; lo entiende, sabe que en Europa los tiempos son otros. Vuelvo por Ayacucho, siempre junto al tranvía, al final cojo un taxi y me vengo al hotel, a tomarme una cañita con una buena hamburguesa, a escribir el blog en la terraza del hotel en la que ceno y a empezar con mi nueva adquisición. La memoria.

Esto es Medellín


viernes, 17 de febrero de 2023

De Salento a Medellín

El canto del gallo por estas tierras, al menos por Salento, es a eso de las 4:15 de la mañana. Estoy seguro. Y no es  un solo gallo, eran muchos los gallos, o muy pesado el que me ha tocado a mí. Cuando le oí por segunda vez me vino a la cabeza Gabriel García Marquez, no sé porqué. Intenté retomar el sueño y de pronto me pareció oír llover. Optimista como uno es a esas horas pensé que acaso había vuelto el agua corriente a la Pachamama. Pero no, llovía; y tronaba. Mis planes en Salento empezaban a alterarse. Tenía previsto quedarme dos días pero antes de levantarme ya había decidido que la siguiente noche dormiría en otro lugar. La definitiva fue cuando confirmé que el agua de ducha seguía sin llegar. No miento cuando digo que pedí una cazuela con agua caliente con la que ducharme para quitarme de encima la pegajosa humedad de las sábanas. Por un momento creí estar en África, en muchos sitios por allá es normal la, podríamos decir, ducha de caldero.

Dicho y hecho, me desayuné en un pequeño local muy local donde me trataron como a un vecino más y a continuación me acerqué a la parada de autobuses a cambiar el billete que tenía para el día siguiente. Aquí la burocracia es a la vieja usanza pero nunca hay problemas para nada. Eso sí, una de las cosas que me llama la atención es que lo que se suele hacer es reservar el billete y si el bus sale a las 5:30 (ejemplo del de Santa Marta) lo que te piden es que estés a las 5:00 (Bromita de los cojones cuando hablamos 5:00 a.m.) y entonces pagas. Y si están todos los viajeros digamos a las 5:15, pues que nos vamos 15 minutos antes (ejemplo real y repetido). Algo confuso para un europeo, más si no se entera con el idioma.

Dejó de llover aunque la amenaza seguía; había que aprovechar las horas que tenía. Mi plan inicial era haber ido al Parque de Cocora y  hacer una larga caminata (subiendo, siempre subiendo), 14 kms, 6 horitas. Como eso ya no era posible (ni aconsejable por la incertidumbre meteorológica) decidí hacer lo mismo pero en versión reducida,  6 kms, 2 horas. Me la jugué y cogí uno de los jeeps superchulos que te acercan al parque. 25 minutos subiendo (4500 pesos, 1 euro). El paisaje desde el jeep era magnífico, ciertamente la montaña colombiana tiene algo de espectacular que la hace distinta. 

Pero al llegar al parque, desilusión, la montaña seguía ahí, grandiosa, pero el parque parecía Disney. Todo en su sitio. No hay cosa que odie más que la naturaleza totalmente domeñada. Me vino a la cabeza la primera vez que estuve en los Alpes Suizos, hace cuarenta años, tuve esa misma horrible sensación, entonces lo justifiqué porque en España estábamos muy retrasados, eso pensaba, idiota de mí. Algo también hemos copiado. Escaleras, cientos de escaleras para hacer fácil algunos accesos, señales por todos los sitios con lo que se puede y no  se puede hacer, gentes segando el cesped como si de un campo de golf se tratara, diríase que hasta las palmas las hubieran plantado para la ocasión. En lugar de poner Hollywood pone Cocora, menos mal.  Hice de tripas corazón y la escalada compensó el mal sabor de boca. Subimos hasta los 2.600 m. En fin, misión cumplida. 

La finca cafetera que también tenía previsto visitar quedó para otra vez; no importa, ya visité una por el norte. 



Todavía tengo tiempo de comer algo antes de coger el autobús. Y me zampo una bandeja paisa, architípico plato colombiano: frijoles, arroz  blanco, chicharrón (lease torrezno), carne en polvo, chorizo huevo frito, platano maduro, aguacate (en mi opinión desentona) y arepa.  Me pedí la bandeja pequeña.



El viaje a Medellín es de 7 horas. Son 240 kms. Me cuesta explicar cómo se puede tardar  tanto tiempo. Se entenderá que es complicado si además digo que pagamos peajes como en 6 veces. Son algunos, pocos, kms con doble carril, pero la mayoría es solo uno, pero !vaya carril! Tienen el atrevimiento de poner limitaciones de velocidad de 30 por hora; no es necesario, como se ve con un rápido cálculo, la media por hora es exactamente esa (se me olvidó decir que al final fueron 8 horas de viaje).  Infraestructuras aparte, disfruté cada minuto del viaje. El autobús era un buen autobús, no muy grande y medio vacío. Mi asiento, el 3, mi preferido, justo para poder dar la vara al conductor y para ver todo como dios. La naturaleza sigue ahí, grandiosa como ya he dicho. Lo aprecio durante casi 5 horas de luz. También aprecio la pobreza de las inacabadas ciudades que atravesamos (sí, los peajes a veces incluyen el paso por el centro de una ciudad o pueblo, o eso creo). Como en las viejas nacionales en España,  también aquí casas, negocios y gente se apiña en los bordes de la carretera a vender lo que puede y de alguna manera abrirse al mundo. 

Curiosidad que comparto: atención a los nombres de pueblos y ciudades entre Medellín y Cali (y supongo que también en otras partes del país). Solo se tiene que mirar en el mapa y se verán nombres como Armenia, La siria, Marsella, Milan, Filandia, Palestina etc. Echad un vistazo es curiosísimo. No olvidemos que Salento es una región italiana.


Cocora es mucho más que Palmas. Como suelo decir, moneése en internet. Pero  como allí no se verán fotos de un servidor tengo que ilustrar el blog con las pocas que malmehago. 


Anochece y las obras y  las mulas (trailers enormes) colapsan el tráfico a tal punto que llego a ver grúas especiales para desatascar los atascos. Si dos mulas se cruzan en una curva cerrada ya la tenemos montada. En fin, que me divertí un montón. Decido no escuchar música (en ningún momento del viaje he utilizado auriculares) ni distraerme con el teléfono más de lo imprescindible. Concentrado en el viaje disfruto como hacía tiempo. Suena a masoquismo pero así fue. Lo único que me permití fue leer, de vez en cuando, en el móvil un libro de Camilleri (novela policíaca) que me había bajado de la Biblioteca CyL (qué avances, Señor) en Pereira ante la imposibilidad de encontrar un solo libro en los últimos dos días.

Olvidaba decir que lo que aquí no se puede evitar es dejar de oir música a todas horas. Pero no Mozart, no, ni siquiera Frank Sinatra, no, aquí es puro vallenato, este es, al parecer, el ritmo más popular de Colombia. Pero también hay cumbia y merengue, puyo, porra, son y hasta reguetón.  Si quieres dormir en el autobús, sin problemas, pero el vallenato ahí sigue, y a todo trapo, nada de melodía de fondo. Yo ya me he aconstumbrado, creo que lo echaré en falta cuando vuelva a casa.

Eran las 10 cuando entrábamos en Medellín. Y me entró por el ojito derecho. Por nada en especial pero me sentí bien. Y no te digo cuando llegué al hotel. Lo recuerdo con emoción.  Pensar que incluso podría pedir que me lavasen ropa (a euro la camiseta) significa mucho para un mochilero que lleva dos días con un puto caldero de agua caliente. 

Y me dormí soñando que había llegado al Dorado. También pensaba en la profunda incoherencia que hay entre esa naturaleza increíble que adorna esta región y el narcotráfico y la guerra civil continuada a la que se ha visto sometido el país. Dorado sí pero con muchas aristas.

No es el Dorado, pero podría. Palmas impresionantes, afirmo.



El día más largo. Salento.

 La jornada laboral empezó pronto. Tenía que estar en la estación de autobuses a las 4:45, pero a la 1:30 desperté y no pude volver a conciliar el sueño. Taxi, bus 4,5 horas, taxi, aeropuerto 2 horas, avión 1 hora, Pereira, taxi, bus 1 hora, llegada a Salento a las 14:30. 


Pachamama

Todo salió según lo previsto, todo menos el tiempo. A pocos minutos de llegar empezó a llover; y llover y llover y llover. Tuvimos que bajar del autobús con paraguas. La tormenta era ruidosa, casi asustaba. Desde Pereira había venido charlando, además de con los niños que utilizan el autobús para ir al colegio, con una pareja de italianos, él de Verona, ella de Puglia, viven en Florencia. Se apuntaron a mi hostal, el Pachamama, muy bonito y alejado del centro justo lo justo.






20 € la noche, baño incluido...


Situando al lector: Pereira es una ciudad a unos 900 kilómetros al sur de Cartagena. Es una ciudad mediana y con mucha actividad; de casas bajas, el edificio más alto tiene 22 pisos. Está a mitad de camino entre Medellín (al norte, 250 kms) y Cali (sur, 210  kms). Es lo que llaman el eje cafetero.

Elegir Salento como destino no es muy original, pero es lo que tienen los viajes de duración tan limitada como el mío. 





Hoy, mientras me movían de un lado para otro, he puesto atención en el perfil de los turistas que visitan Colombia.  Yo diría que el 80% tiene entre 22 y 35 años. Por encima de los 40 los que creo que más se animan son los franceses. De mi añada poquitos, supongo que algún que otro viaje organizado, hoteles y buses que frecuento menos, acercará algunos otros. Y esta vez lo que he visto mucho han sido chicas solas, muchas chicas y solas. Pero lo que más me sigue asombrando es ver parejas con niños de 1 y 2 años haciendo este tipo de viaje, es encomiable su ánimo; nuevamente los franceses se llevan la palma. 

Dejó de llover. Teresa, Zeno y yo tuvimos una comida entretenidísima, hablando de lo divino y de lo humano. Hablamos mucho de España, de Italia, de los países hispanoamericanos, de la explotación que han sufrido y sufren, de las dictaduras que han soportado y soportan. Zeno viaja siempre en invierno, el verano es temporada alta para su negocio (deportes de agua). Ella es orfebre, diseña y hace joyas, me da la impresión de que con poco presente y menos futuro. 


Para ver buenas fotos de Salento, internet, sin duda. Merece la pena echar un vistazo


Salió el sol. Tomamos un buen café con un dulce y paseamos por el pueblo, que realmente se compone de poco más que seis calles que se cruzan con otras seis. Pero es puro colorido, muy bonito, lo más bonito que  he visto hasta ahora en Colombia. Luego descubrí, en los detalles, oyendo a los paisanos en sus charlas de bareto, que ciertamente es un pueblo, ahora invadido por el turismo pero que mantiene sus esencias. Hasta en los precios de las cosas han respetado su ser. Todo esto lo percibí mejor al día siguiente, a primera hora, cuando empieza la vida en la ciudad.




Un inciso: a mi me parece que ecolombiano lleva en sus genes la amabilidad, también la simpatía, la educación y el respeto a los demás. También lo he pensado de otros pueblos americanos (peruanos, ecuatorianos…), por eso también me gusta tanto viajar por estos lugares.



El hablar el mismo idioma acerca mucho. No me canso de decirlo cuando visito estos países. Y me sorprendo cuando descubro giros o formas de hablar que a veces pensamos son erróneas y que sin embargo están avaladas por el uso de cincuenta o cien millones de personas  (lease Colombia, lease Mexico). Hasta hace no mucho yo abominaba del uso de señor delante del nombre (señor Juan Carlos, señora Carmen…), pues bien, por aquí es de uso común, 5, 6, 10 veces más que españoles así lo dicen. Contaré algo que también descubrí hace poco: los pedantes del idioma que no ceceamos o seseamos solo somos un 20 % de los hispanoparlantes. Hay que joderse. Y queremos ser nosotros los que dictemos las normas (doblajes de películas incluidos, jaja)

Derrotado como estaba me volví solo al hotel a descansar un ratillo. Imposible. Había que arreglarlo con una buena ducha calentita. Estamos a 1.950 metros de altitud y al anochecer refresca. Pues también imposible.  No había agua, ni fría ni caliente. La tormenta. Se había llevado todo el agua. Qué desastre. La  Pachamama no estaba de nuestro lado. La demostración definitiva fue a las 10:30 cuando me metí entre sábanas y cobijas y reparé en que la humedad era terrible. A dormir que suman ya 19 horas en pie.

Entre que estaba derrotado y que no sé hacer fotos...

martes, 14 de febrero de 2023

Minca

Minca es un pequeño poblado a 40 kms de Santa Marta. Decir que es bonito sería una frivolidad. Es como un  pueblo del oeste, con dos calles que se cruzan, pero con mucho sabor. Hasta no hace mucho nadie iba por allí, la carretera era muy mala y además había problemas con la guerrilla. Pero ahora es un lugar muy vital al que va mucha gente joven, también colombianos. 

A primera hora he cogido un pequeño microbús que iba abarrotado, he contado 17 personas.  Se tomaba al lado del mercado de Santa Marta, vivo exponente de la vida diaria de esta ciudad que es un hervidero de actividad, de venta ambulante, de pequeños coches que nada respetan y de cientos de motos que se juegan el tipo. Al montar me preguntaba dónde quedó la pandemia que hace solo un año nos tenía atemorizados. Misterios que uno no llega a entender porque imagino que el porcentaje de vacunados por aquí será bajo. 

Mercado de Santa Marta, empezando actividad

Cafecito, alguna reserva pendiente y caminata hasta el llamado Poza Azul, que ni es poza ni es azul. Como siempre, subiendo, pero yo ya venía entrenado. Al llegar mojo los pies y no me detengo más, el interés está en el paseo, no en el destino. Allí mismo cojo una mototaxi que por solo 15 pesos (tres euros) me lleva hasta la Finca La Victoria, unos veinte minutos. El recorrido en moto es fantástico, me cuesta explicarlo. El casco es solo para el conductor y los baches son la norma, a cada metro parece que fueses a caer pero milagrosamente la moto sigue adelante, subiendo, cómo no. El paisaje, si eres capaz de concentrarte, extraordinario. Me han gustado especialmente las palmas, numerosas y muy altas.

Poza Azul. Atención al botiquín

La Victoria es una plantación de café de 600 hectáreas con su propia factoría. Está a 1000 metros de altitud. Tiene 130 años, la hicieron los ingleses y en los años 50 la vendieron a unos alemanes cuya familia sigue siendo la dueña. Cafecito que te va y una arepa (bocata del país) para seguir tirando. Una chica muy preparada nos ha explicado todo el proceso productivo desde la recolección del grano hasta el tostado. Muy interesante. He aprendido un montón sobre el café; arábiga es la variedad. Alguna pequeña cosa la pondré en práctica. 

Me sigue sorprendiendo que la mayor parte de la producción, por encima del 80%, se exporte sin tostar. Así los márgenes se van a los países ricos, como siempre. Lo que no se puede entender es que el gobierno no promueva el que la producción se haga en su totalidad aquí, en Colombia. Me creo que los mercados de materias primas han sido y son fuente de empobrecimiento de los más débiles. Supongo que en España, por ejemplo, también ha sucedido lo mismo en el pasado (pienso en el aceite de oliva y por qué no en el wolframio). No puedo evitar el pensar en que la lana de Castilla en el siglo XVI ya se enviaba a procesar a los Paises Bajos, enriqueciendo a unos y empobreciendo a otros.


Un alto en el camino

Vuelta a la moto, qué gozada, al final me va a gustar,  y regreso a Minca para coger el microbús. Tenía interés, incluso ilusión, en llegar pronto a Santa Marta y distraer la tarde en una librería-café que había fichado y que ha estado cerrada estos días atrás. Mi gozo en un pozo. El local era agradable pero baste decir que no he sido capaz de comprar un solo libro y eso que venía decidido. Eran libros de segunda mano y si había alguno que podía merecer la pena, el estado era deplorable. Así que cafecito y manta.

Ducha y paseo final por la ciudad, horriblemente activa. Acabo en el Parque de los Novios; hay que ver que  nombre tan bonito. La paz del parque hoy se ha visto rota por la transmisión en un gran pantalla de un mitin del Presidente de Colombia. !Tela! Aquí también van a cambiar la sanidad (y de paso la educación) para ponerla al alcance de los más desfavorecidos. Qué tío, cómo mira a las cámaras y al público agarrando de la manita a su esposa y a su hija.

En fin, como tenía localizado un rincón vegetariano en el que me han  atendido primorosamente, el día acabó en las alturas.


Ya en el hotel, purito y blog



Los Kogui

He tenido suerte. Suerte de que el Parque Natural de Taymara estuviese cerrado. Los dos días en la Comunidad Indígena Kogui han merecido la pena. Para empezar por el esfuerzo, añadase la compañía y lo especial del lugar y de su gente.  Parques naturales hay muchos...

Aquí las cosas van a otro  ritmo, habíamos quedado a las 7:30 y hemos salido más de una hora después. Había que aprovechar el transporte  y a Evangeline y mi nos han unido a un grupo que iba varios días a la Ciudad Perdida. Por el camino he charlado con dos chicas, una de Finlandia, que tenía una amiga en Valladolid y conocía bastante bien España; la otra mitad canadiense mitad mejicana, también conocía España, estudió un año en Granada. Las dos iban a servir de mucha ayuda al resto de la expedición, franceses todos ellos; pobres todos ellos, se les ve con enorme interés pero despistaditos.

Evangeline es india, de La India, tiene 27 años y vive en una ciudad cercana a Calcuta (dice que solo se tarda 9 horas en llegar). Ha estado trabajando en Bogotá para una ONG desde el pasado agosto. Vino sin hablar nada de español (habla, eso sí, inglés y cuatro lenguas indias, incluido el Indi). Hay que ver lo que ha aprendido (dice que en solo dos meses y por internet). Se la ve lista. Ha estudiado "moda", pero eso no es lo suyo. Es tan particular que se ha venido desde Bogotá prácticamente para hacer esta visita a los Kogui. Y ha ido y vuelto en Autobús, 14 horitas.


Con Evangelina  y Patricio




Nos ha dejado el microbús en medio de una carretera donde ha aparecido el amigo Patricio, purito indígena. Solo los tres, qué suerte. Nos habían dicho que tendríamos que andar unas 3 o 4 horas. Lo que no nos dijeron es que todo era cuesta arriba. Si alguna vez se mira en el móvil el número de pisos subidos en un día, uno se da por contento si pone 10 ó 15. Ayer, cuando llegamos a destino mi móvil marcaba 185 pisos. Prometo no volver a decir que me da bien subir, que no lo siento muy diferente del andar por llano. Agotador. Pero felices. A mitad de camino parada en una pequeña cascada para darse un baño y todo el camino charlando. Patricio es un vacilón y Evangeline, ya lo he querido anticipar, una chica curiosa por todo. Cada planta que ve le recuerda a una de la India o decide fotografiar para investigar,  cada hoja que Patricio nos da a oler es un descubrimiento; alguno tan vulgar como la hierbabuena. Tras el baño nos  ponemos el repelente aunque, al menos yo, no veo mucho insecto. Garrapatas a miles pero a mi no se me acercan. Llegamos con un hambre de mil demonios y  nada más comer los tres caemos rendidos. 


Nuestra casa. Con sus dos hamacas. No se duerme mal.

Los Kogui es una de las cuatro comunidades indígenas que hay por aquí. Su lengua se llama también Kogui. Esta comunidad la componen 16 familias, unas 100 personas. Para acceder a su territorio, llamado Teiku, no hay otra opción sino hacer lo que hemos hecho nosotros. Es decir, estás aislado. Tienen agua, y rica, porque  las montañas lo dan, pero no tienen electricidad. Han instalado una placa solar  que les permite cargar los móviles y poco más. Los móviles son compañeros inseparables, al menos de Patricio que siempre está yendo y viniendo. Los demás no se mueven sino por sus tierras, eso sí, como cabras montesas. Ni se mueven ni se han movido. Los chavales, algunos, salen fuera a estudiar. 

Patricio es un chimiluces, dice que pesa 35 kgs, tiene 39 años y 6 hijos. Hemos conocido a su mujer, que no habla castellano, y a varios de sus hijos. Dos de ellos, todavía no entiendo cómo, estudian Teología en Bogotá, ahí es nada. Yo creo que empujados y ayudados por alguna comunidad religiosa. Son cristianos. Leen la biblia en Kogui. Nos contaba Patricio algunas historias de sus ancestros (esta es una palabra que repite una y otra vez y que está en todas sus explicaciones) que acababan siendo una rara mezcla entre sus vivencias como pueblo y la biblia.  A veces cuesta entender a Patricio, no es un castellano cómodo, evita artículos y pronombres, conjuga simple y erróneamente verbos, pero se hace entender. La otra palabra que repite patricio es papá, todo se lo enseño su papá, que además era un hombre sabio, una especie de chamán. Dice patricio que sabio espiritual, nada que ver con un curandero, aunque por lo que cuenta cuerpo y alma se confunden a menudo. Su papá todavía vive pero en otra montaña, al parecer lo del cristianismo no le atraía mucho, dice que es "paganista",  y vive con otros hijos (hasta 16 que son, bien puede). 


Evangelina, Patricio y esposa


Todo esto y mucho más nos lo contó Patricio por la tarde, primero de visita a una piedra sagrada y luego en la propia cabaña en la que nos alojamos. Esta cabaña es de la comunidad, la usan para sus reuniones, hay otra detrás para las mujeres, también para sus reuniones y también para tejer y para celebraciones (nacimientos, matrimonios). El pastor de la comunidad es uno de sus miembros, parece que por aquí no aparece "la iglesia oficial". Otras personas relevantes son la partera, el maestro y el curandero. Luego están las niñas, hay bastantes,  supongo que habrá también niños pero casi no vimos. La escuela está a dos minutos (subiendo) de la cabaña comunal. Las niñas vienen de no se sabe dónde y desaparecen tampoco se sabe cómo. Son muy simpáticas y educadas. Y juguetonas, muy juguetonas.



Empezaba a oscurecer, Patricio y una hija pequeña tocaron para nosotros, a la luz de la lumbre, tambor, flauta y maraca. Noche oscura y espléndida que nos fue derrotando poquito a poco hasta caer rendidos una vez más.


La brisa trajo las lluvias y al amanecer las tierras estaban húmedas y resbalosas. Con mucho cuidado subimos (siempre subir) a conocer la casa de Patricio. Ahí quedan dos fotos. Nos enseñaron lo que tejían y cómo. Evangelina les regaló una tela que había traído desde la India. Casi tres metros por uno. Sorprendente. Ya dije que era una persona poco convencional. Nuestros anfitriones entendían que era para intercambiar.





Y a media mañana, iniciamos la bajada, también de cuidado, también con una cascada de por medio Patricio nos dejó al lado de una carretera donde nos recogió un coche para traernos a Santa Marta. No se me quitaba de la cabeza que Patricio ahora tenía que volver a subir, llegaría a casa ya de noche.


Adiós amigo