viernes, 17 de febrero de 2023

El día más largo. Salento.

 La jornada laboral empezó pronto. Tenía que estar en la estación de autobuses a las 4:45, pero a la 1:30 desperté y no pude volver a conciliar el sueño. Taxi, bus 4,5 horas, taxi, aeropuerto 2 horas, avión 1 hora, Pereira, taxi, bus 1 hora, llegada a Salento a las 14:30. 


Pachamama

Todo salió según lo previsto, todo menos el tiempo. A pocos minutos de llegar empezó a llover; y llover y llover y llover. Tuvimos que bajar del autobús con paraguas. La tormenta era ruidosa, casi asustaba. Desde Pereira había venido charlando, además de con los niños que utilizan el autobús para ir al colegio, con una pareja de italianos, él de Verona, ella de Puglia, viven en Florencia. Se apuntaron a mi hostal, el Pachamama, muy bonito y alejado del centro justo lo justo.






20 € la noche, baño incluido...


Situando al lector: Pereira es una ciudad a unos 900 kilómetros al sur de Cartagena. Es una ciudad mediana y con mucha actividad; de casas bajas, el edificio más alto tiene 22 pisos. Está a mitad de camino entre Medellín (al norte, 250 kms) y Cali (sur, 210  kms). Es lo que llaman el eje cafetero.

Elegir Salento como destino no es muy original, pero es lo que tienen los viajes de duración tan limitada como el mío. 





Hoy, mientras me movían de un lado para otro, he puesto atención en el perfil de los turistas que visitan Colombia.  Yo diría que el 80% tiene entre 22 y 35 años. Por encima de los 40 los que creo que más se animan son los franceses. De mi añada poquitos, supongo que algún que otro viaje organizado, hoteles y buses que frecuento menos, acercará algunos otros. Y esta vez lo que he visto mucho han sido chicas solas, muchas chicas y solas. Pero lo que más me sigue asombrando es ver parejas con niños de 1 y 2 años haciendo este tipo de viaje, es encomiable su ánimo; nuevamente los franceses se llevan la palma. 

Dejó de llover. Teresa, Zeno y yo tuvimos una comida entretenidísima, hablando de lo divino y de lo humano. Hablamos mucho de España, de Italia, de los países hispanoamericanos, de la explotación que han sufrido y sufren, de las dictaduras que han soportado y soportan. Zeno viaja siempre en invierno, el verano es temporada alta para su negocio (deportes de agua). Ella es orfebre, diseña y hace joyas, me da la impresión de que con poco presente y menos futuro. 


Para ver buenas fotos de Salento, internet, sin duda. Merece la pena echar un vistazo


Salió el sol. Tomamos un buen café con un dulce y paseamos por el pueblo, que realmente se compone de poco más que seis calles que se cruzan con otras seis. Pero es puro colorido, muy bonito, lo más bonito que  he visto hasta ahora en Colombia. Luego descubrí, en los detalles, oyendo a los paisanos en sus charlas de bareto, que ciertamente es un pueblo, ahora invadido por el turismo pero que mantiene sus esencias. Hasta en los precios de las cosas han respetado su ser. Todo esto lo percibí mejor al día siguiente, a primera hora, cuando empieza la vida en la ciudad.




Un inciso: a mi me parece que ecolombiano lleva en sus genes la amabilidad, también la simpatía, la educación y el respeto a los demás. También lo he pensado de otros pueblos americanos (peruanos, ecuatorianos…), por eso también me gusta tanto viajar por estos lugares.



El hablar el mismo idioma acerca mucho. No me canso de decirlo cuando visito estos países. Y me sorprendo cuando descubro giros o formas de hablar que a veces pensamos son erróneas y que sin embargo están avaladas por el uso de cincuenta o cien millones de personas  (lease Colombia, lease Mexico). Hasta hace no mucho yo abominaba del uso de señor delante del nombre (señor Juan Carlos, señora Carmen…), pues bien, por aquí es de uso común, 5, 6, 10 veces más que españoles así lo dicen. Contaré algo que también descubrí hace poco: los pedantes del idioma que no ceceamos o seseamos solo somos un 20 % de los hispanoparlantes. Hay que joderse. Y queremos ser nosotros los que dictemos las normas (doblajes de películas incluidos, jaja)

Derrotado como estaba me volví solo al hotel a descansar un ratillo. Imposible. Había que arreglarlo con una buena ducha calentita. Estamos a 1.950 metros de altitud y al anochecer refresca. Pues también imposible.  No había agua, ni fría ni caliente. La tormenta. Se había llevado todo el agua. Qué desastre. La  Pachamama no estaba de nuestro lado. La demostración definitiva fue a las 10:30 cuando me metí entre sábanas y cobijas y reparé en que la humedad era terrible. A dormir que suman ya 19 horas en pie.

Entre que estaba derrotado y que no sé hacer fotos...

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