Quien más quien menos ha vivido de cerca la violencia o el narcotráfico. El taxista que ayer me llevó a Comuna 13 me decía que él sabe lo que es la pobreza. Fue pobre hasta los 18 años, ahora tiene 40. Está divorciado, algo que al menos en el colectivo taxistas debe ser muy normal, uno de cada dos, en mi pequeña estadística, lo están. Dice Harby, que así se llama, que encontrar una buena mujer es lo mejor que te puede pasar en la vida. A los pocos segundos dice lo mismo del hombre. Es un tío inteligente, educado y que sabe hablar. Ahora su misión es cuidar de su mamá y de su hermana, a la que ha comprado un taxi. Ellas viven al norte, en la frontera con Venezuela. Allí huyeron desde un pueblo al sur de Medellín donde la miseria podía con ellos. En la frontera conocieron la violencia, me cuenta el caso del asesinato de uno de sus amigos, sin más razón que la de las pistolas, sin razón. Me cuenta que el narcotráfico sigue siendo un problema, también el consumo, me dice que lo ve en su barrio; antes, los narcos alardeaban, ahora no, pero siguen luciendo sus desmesurados 4x4 y todos saben quienes son. Otro taxista en Bogotá también me habló de los super 4x4 que tanto les gustan. Pero Harby dice que es feliz en Medellín, salir de pobre con esfuerzo le ha hecho ser agradecido con la vida y disfrutar de ella con sencillez. Le invité a una cerveza, me pareció que con poca gente podría aprender más que con él. No pudo ser, el taxi no perdona.
Comuna 13 es un barrio increíble. Acompaño alguna foto que no creo que ayude demasiado. En un libro que compré ayer (La virgen de los sicarios) he entendido que las comunas eran algo así como las favelas en Brasil. Lugar vetado. Ley de la selva. Comuna 13 debía ser una de ellas. Reconvertida a través de los grafitis, de las pequeñas tiendas de artesanía, de los restaurantes sencillos pero cuidados, de los artistas callejeros y con un empujón del ayuntamiento (supongo, porque puedes subir hasta arriba con escaleras automáticas; juro que yo no lo hice, me parecía obsceno, casi todo el mundo mostró su obscenidad).
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A Comuna 13 me acerqué a media mañana. Antes, tras un reparador sueño y no menos reparador desayuno, me perdí por Medellín. Salí del hotel sin mapas, sin destino, dejándome llevar, es como me gusta entrar en las ciudades. Y disfruto. Bullicio que aturde ya desde primera hora. Comercio desmedido. Ando y ando y no hay un metro cuadrado en el que no haya un comercio, camisetas, bisutería, marroquinería, bebidas, empanadas, gorras, calcetines, fundas.... horrible. Es el sino de nuestros tiempos. No digo nada que no hayamos visto mil veces, la calle convertida en mercado, en puro ruido, en puro consumo. Me prometo a mi mismo no comprar sino comida y lo consigo. Busco parques, busco zonas sin coches, las encuentro, quizás peor, busco algo distinto....y de repente me encuentro ante el "Palacio de la Cultura", así como suena, así de pomposo. Pregunto al guardia de seguridad en la casi certeza de que es un edificio oficial y me va a decir que nones. Toma datos el amigo y ahí me tienes, viendo una limitada exposición sobre un personaje colombiano de renombre (Rafael Uribe), una minibiblioteca habitada por un solo lector y observando a unas cuantas personas, administrativos, que parecen trabajar aquí. El edificio es ciertamente interesante por dentro, tiene un salón de reuniones que a mí me resulta muy cinematográfico y lo mejor de todo, las vistas desde arriba, desde la terraza. A mis pies descubro una plaza llenita de esculturas de Botero. La placita buscada y el ubicuo Botero. Empieza a gustarme Medellín. Mi primera impresión, la noche anterior, era acertada.
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Me pareció que aquí se puede rodar algo |
Paro en el primer expositor y una frase que conozco bien ilumina la visita. "Estoy en desacuerdo con lo que dices pero lucharé hasta la muerte por defender tu derecho a decirla" (atribuida a Voltaire). Se la oí un millón de veces a mi padre. Poco a poco vas entrando en los vericuetos de la memoria, paneles con fotografías, testimonios de decenas de personas de todo tipo (víctimas, victimarios, intelectuales, madres de Candelaria, niños, viejos, jovenes trans, hermanos, padres, sonidos inexplicables de torturas, interrogatorios, todo con mucha seriedad, con mucha dignidad). La historia de Colombia, de Antioquia, de Medellín, en los periódicos, en la radio, en la televisión. Todo bien expuesto y explicado. Una sala a oscuras con los fantasmas de los miles de desaparecidos. Memoria.
Salgo del museo con ganas de librería, no es fácil, me pongo a andar sin rumbo y el azar me lleva a un pequeño local en el que creo me podré dar por satisfecho. Así es. Le digo a la librera que antes de ponerme a la tarea necesito un café y algo dulce. Veo en su mirada que no cree que vaya a volver. Pero vuelvo, vaya que si vuelvo. Y hablamos y hablamos de literatura colombiana y salgo con cuatro libros (8€ de media cada uno) y con un montón de autores anotados. Esa misma noche empiezo con La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, autor que no conocía y que ya voy adivinando que me había perdido algo de valor. La librera me dice cómo acercarme al hotel por zona tranquila. Necesito hacer un poco de tiempo, son las 7 y le digo que para mí no son horas de recogerse; lo entiende, sabe que en Europa los tiempos son otros. Vuelvo por Ayacucho, siempre junto al tranvía, al final cojo un taxi y me vengo al hotel, a tomarme una cañita con una buena hamburguesa, a escribir el blog en la terraza del hotel en la que ceno y a empezar con mi nueva adquisición. La memoria.
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Esto es Medellín |
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