

Sí, sí, aquí lo dicen así. No se si es por la influencia de otros idiomas en los que la palabra día siempre figura al lado del astro correspondiente, o es que el español de España tiene un exceso de personalidad y se conforma con nombrar el planeta, léase Saturno, para recordar el día en el que estamos.
Sea como sea, hoy día sábado, he amanecido a eso de las 5.30. La lanzadera (shuttle dicen todos por aquí, minibús diríamos otros) nos ha llevado a un pequeño grupo de procedencias diversas (desde Michigan a Lyon pasando por la Córdoba argentina) al pie del Pacaya, nombre de una planta que da nombre a un volcán. Volcán que erupcionó hace diez meses arruinando la mitad de los pueblos situados en sus faldas.
Y dice Carlos, nuestro joven guía indígena, que la erupción esta vez ha sucedido diez años después de la anterior, que normalmente es cada cinco. Esta vez ha sido terrible, no hubo muertos, pero el hambre les está matando. Digo no hubo muertos, pero ni un solo animal de los que vivían en la montaña ha quedado vivo, ni serpientes, ni pájaros, ni insectos, nada. Dicen que tendrán maíz para final de este año, poca cantidad, pero para navidades podrán hacer tortitas; la planta de café tardará tres años en volver a crecer; las humildes casas, destrozados sus techos por la piedra que llovió, ha habido que rehacerlas, pero eso solo es tiempo, que de eso sí que hay. Más de cuarenta centímetros se elevó el suelo en muchos sembrados; y a golpe de azadón, que además rechina en la roca volcánica produciendo un insoportable ruido, hay que llegar a la pura tierra para así poder volver a sembrar. Pero no importa, dice Carlos; quizás, si el volcán volviese a escupir en poco tiempo, nos tendríamos que ir, pero si es pasados cinco anos, nada pasa, volvemos a empezar, con ilusión. Estaba de Dios.
Y con esa misma ilusión nos ha acompañado Carlos en nuestra escalada de 500 metros hasta llegar a donde la lava ardía hace menos de un año y donde hoy solo queda roca; roca y la amenaza de que más temprano que tarde, la lava volverá a salir de lo profundo de la montaña y volverá a verse roja y ardiente; y un poco después, mejor que no pasen diez años, será de nuevo ocultada tras un nuevo vómito del Pacaya.
Fotos: con Carlos en la cumbre, a 2.600 metros; y el grupo al inicio de la escalada, a unos 2.000.
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