





Y recordaba cuántos de mis primeros viajes acababan cada día con una hora dedicada al registro de lo vivido. La disciplina de L. Por ahí andan todos esos cuadernos escritos para uno mismo.
Y esta mañana, día luminoso como pocos, en medio de este lago maravilloso, he tenido deseos de compartir mi viaje con otros. Qué es la vida sino compartir. Qué es la vida sino un viaje. He sentido a mi lado a aquellos que quiero y que me quieren; y he pensado que mi cuaderno sería mi compartir. Por eso escribo, para eso sirve este cuaderno. Porque cada uno hace su propio viaje.
Ahí van unas fotos, no muy buenas, para eso está internet, a ver si os envidia; las últimas antes de morir mi cámara (a partir de ahora, foto-móvil, "I´m sorry").
No cierro este capítulo sin contar lo que me ha sucedido en uno de los pequeños pueblos que he visitado a salto de barca. El más pequeño, el más bonito, San Marcos. Me cruzo con un paisano que, siempre amables, me advierte de los peligros de ir en una determinada dirección, que cuidado con la cámara y cuidado con el Ipod (aipod dice el paisano). Tranquilo, no es ese mi camino. Pero me quedo con el runrún. Sigo mi paseo, una niña pequeña me pide un quetzal, no, dinero no, te compro un chupachús, me acerco a uno de esos portales-tienda, cuánto vale, un quetzal cada uno, dame diez. Doy uno a la niña, sonríe, gracias. Detrás de mi una mujer me chilla, eh, señor, ¿a mí? ¿qué pasa?, que el chavo se ha equivocado, tome sus vueltas,cinco quetzales, cada chupachús cuesta medio quetzal. Gracias, déme otros diez. Ya de vuelta compro unos platanitos y cuando me alejo, un niño me dice: señor, esto debe ser suyo; me había dejado la cámara de fotos en el puesto de plátanos....
Misteriosamente, a la media hora la cámara de fotos se quedó en blanco. Del Ipod no tengo nada que contar, hoy lo había dejado en el hotel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario