El canto del gallo por estas tierras, al menos por Salento, es a eso de las 4:15 de la mañana. Estoy seguro. Y no es un solo gallo, eran muchos los gallos, o muy pesado el que me ha tocado a mí. Cuando le oí por segunda vez me vino a la cabeza Gabriel García Marquez, no sé porqué. Intenté retomar el sueño y de pronto me pareció oír llover. Optimista como uno es a esas horas pensé que acaso había vuelto el agua corriente a la Pachamama. Pero no, llovía; y tronaba. Mis planes en Salento empezaban a alterarse. Tenía previsto quedarme dos días pero antes de levantarme ya había decidido que la siguiente noche dormiría en otro lugar. La definitiva fue cuando confirmé que el agua de ducha seguía sin llegar. No miento cuando digo que pedí una cazuela con agua caliente con la que ducharme para quitarme de encima la pegajosa humedad de las sábanas. Por un momento creí estar en África, en muchos sitios por allá es normal la, podríamos decir, ducha de caldero.
Dicho y hecho, me desayuné en un pequeño local muy local donde me trataron como a un vecino más y a continuación me acerqué a la parada de autobuses a cambiar el billete que tenía para el día siguiente. Aquí la burocracia es a la vieja usanza pero nunca hay problemas para nada. Eso sí, una de las cosas que me llama la atención es que lo que se suele hacer es reservar el billete y si el bus sale a las 5:30 (ejemplo del de Santa Marta) lo que te piden es que estés a las 5:00 (Bromita de los cojones cuando hablamos 5:00 a.m.) y entonces pagas. Y si están todos los viajeros digamos a las 5:15, pues que nos vamos 15 minutos antes (ejemplo real y repetido). Algo confuso para un europeo, más si no se entera con el idioma.
Dejó de llover aunque la amenaza seguía; había que aprovechar las horas que tenía. Mi plan inicial era haber ido al Parque de Cocora y hacer una larga caminata (subiendo, siempre subiendo), 14 kms, 6 horitas. Como eso ya no era posible (ni aconsejable por la incertidumbre meteorológica) decidí hacer lo mismo pero en versión reducida, 6 kms, 2 horas. Me la jugué y cogí uno de los jeeps superchulos que te acercan al parque. 25 minutos subiendo (4500 pesos, 1 euro). El paisaje desde el jeep era magnífico, ciertamente la montaña colombiana tiene algo de espectacular que la hace distinta.
Pero al llegar al parque, desilusión, la montaña seguía ahí, grandiosa, pero el parque parecía Disney. Todo en su sitio. No hay cosa que odie más que la naturaleza totalmente domeñada. Me vino a la cabeza la primera vez que estuve en los Alpes Suizos, hace cuarenta años, tuve esa misma horrible sensación, entonces lo justifiqué porque en España estábamos muy retrasados, eso pensaba, idiota de mí. Algo también hemos copiado. Escaleras, cientos de escaleras para hacer fácil algunos accesos, señales por todos los sitios con lo que se puede y no se puede hacer, gentes segando el cesped como si de un campo de golf se tratara, diríase que hasta las palmas las hubieran plantado para la ocasión. En lugar de poner Hollywood pone Cocora, menos mal. Hice de tripas corazón y la escalada compensó el mal sabor de boca. Subimos hasta los 2.600 m. En fin, misión cumplida.
La finca cafetera que también tenía previsto visitar quedó para otra vez; no importa, ya visité una por el norte.
El viaje a Medellín es de 7 horas. Son 240 kms. Me cuesta explicar cómo se puede tardar tanto tiempo. Se entenderá que es complicado si además digo que pagamos peajes como en 6 veces. Son algunos, pocos, kms con doble carril, pero la mayoría es solo uno, pero !vaya carril! Tienen el atrevimiento de poner limitaciones de velocidad de 30 por hora; no es necesario, como se ve con un rápido cálculo, la media por hora es exactamente esa (se me olvidó decir que al final fueron 8 horas de viaje). Infraestructuras aparte, disfruté cada minuto del viaje. El autobús era un buen autobús, no muy grande y medio vacío. Mi asiento, el 3, mi preferido, justo para poder dar la vara al conductor y para ver todo como dios. La naturaleza sigue ahí, grandiosa como ya he dicho. Lo aprecio durante casi 5 horas de luz. También aprecio la pobreza de las inacabadas ciudades que atravesamos (sí, los peajes a veces incluyen el paso por el centro de una ciudad o pueblo, o eso creo). Como en las viejas nacionales en España, también aquí casas, negocios y gente se apiña en los bordes de la carretera a vender lo que puede y de alguna manera abrirse al mundo.
Curiosidad que comparto: atención a los nombres de pueblos y ciudades entre Medellín y Cali (y supongo que también en otras partes del país). Solo se tiene que mirar en el mapa y se verán nombres como Armenia, La siria, Marsella, Milan, Filandia, Palestina etc. Echad un vistazo es curiosísimo. No olvidemos que Salento es una región italiana.
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| Cocora es mucho más que Palmas. Como suelo decir, moneése en internet. Pero como allí no se verán fotos de un servidor tengo que ilustrar el blog con las pocas que malmehago. |
Anochece y las obras y las mulas (trailers enormes) colapsan el tráfico a tal punto que llego a ver grúas especiales para desatascar los atascos. Si dos mulas se cruzan en una curva cerrada ya la tenemos montada. En fin, que me divertí un montón. Decido no escuchar música (en ningún momento del viaje he utilizado auriculares) ni distraerme con el teléfono más de lo imprescindible. Concentrado en el viaje disfruto como hacía tiempo. Suena a masoquismo pero así fue. Lo único que me permití fue leer, de vez en cuando, en el móvil un libro de Camilleri (novela policíaca) que me había bajado de la Biblioteca CyL (qué avances, Señor) en Pereira ante la imposibilidad de encontrar un solo libro en los últimos dos días.
Olvidaba decir que lo que aquí no se puede evitar es dejar de oir música a todas horas. Pero no Mozart, no, ni siquiera Frank Sinatra, no, aquí es puro vallenato, este es, al parecer, el ritmo más popular de Colombia. Pero también hay cumbia y merengue, puyo, porra, son y hasta reguetón. Si quieres dormir en el autobús, sin problemas, pero el vallenato ahí sigue, y a todo trapo, nada de melodía de fondo. Yo ya me he aconstumbrado, creo que lo echaré en falta cuando vuelva a casa.
Eran las 10 cuando entrábamos en Medellín. Y me entró por el ojito derecho. Por nada en especial pero me sentí bien. Y no te digo cuando llegué al hotel. Lo recuerdo con emoción. Pensar que incluso podría pedir que me lavasen ropa (a euro la camiseta) significa mucho para un mochilero que lleva dos días con un puto caldero de agua caliente.
Y me dormí soñando que había llegado al Dorado. También pensaba en la profunda incoherencia que hay entre esa naturaleza increíble que adorna esta región y el narcotráfico y la guerra civil continuada a la que se ha visto sometido el país. Dorado sí pero con muchas aristas.
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| No es el Dorado, pero podría. Palmas impresionantes, afirmo. |




Cómo disfrutas!!Siempre me vuelve a sorprender lo bien que relatas tus aventuras viajeras!! Casi lo vivo, casi.
ResponderEliminarBesitos y a seguir tu aventura colombiana !!
Da gusto tener seguidoras como tú
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