Cuzco es una ciudad muy bonita. De esas que nunca olvidas. Igual que el arte cusqueño. Tienen personalidad. Y como no es muy grande (digamos un Valladolid) es acogedora y habitable. Solo molesta la presión al turista, pero el remedio es no hacer caso, que es lo que yo hago. Y si te apetece charlar con un vendedor de pinturas pues a la carga, que los peruanos siempre están dispuestos a un rato de palique.
Cuzco aquí es Cusco aunque originalmente era Cosqo, que quiere decir ombligo, pues esto es lo que era en el imperio Inca: el centro en torno al cual giraba su organización geográfica y administrativa.
Es una ciudad llena de visitantes (y estamos en temporada baja) pero es admirable el rigor con el que la municipalidad gestiona la edificación, titulación de edificios etcétera. Animo a que entre las fotos que ahí van se busque a la multinacional vendedora de pollo frito que tanto gusta a uno que yo me sé.


Cerca de Cuzco hay algunas ruinas que ya comenté en el artículo anterior. En el mismo Cuzco están las de Qorikancha que hoy no son especialmente espectaculares, pero lo debieron ser cuando sus robustos muros estaban cubiertos de una lámina de oro y brillaban como el sol asustando a los españoles que llegaban a la conquista.
Pero lo que más me ha gustado de la ciudad, además de la propia ciudad, de sus entramados de calles, de su pulcra estética, de su sabor "cusqueño" (permítaseme la tontería), en fin, de su personalidad, lo que más me ha gustado es el llamado museo de arte popular, en la que fue la casa del Inka Garcilaso. Como siempre acompañada la visita de una buena explicación se consigue entender más sobre los incas y su historia,apreciar el arte de la ciudad, entender la influencia católica en la pintura y lo más importante, acercarte a este hombre, de madre indígena y padre español (el capitán Garcilaso de la Vega). Un hombre cultísimo que asombró a la propia corte española cuando se fue de Cuzco a Andalucía. Y que supo recoger en sus libros lo que le llegó de sus antepasados convirtiéndose, como ya mencioné, en el cronista más apreciado sobre el mundo Inca.
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Cerca de Cuzco hay algunas ruinas que ya comenté en el artículo anterior. En el mismo Cuzco están las de Qorikancha que hoy no son especialmente espectaculares, pero lo debieron ser cuando sus robustos muros estaban cubiertos de una lámina de oro y brillaban como el sol asustando a los españoles que llegaban a la conquista.
Pero lo que más me ha gustado de la ciudad, además de la propia ciudad, de sus entramados de calles, de su pulcra estética, de su sabor "cusqueño" (permítaseme la tontería), en fin, de su personalidad, lo que más me ha gustado es el llamado museo de arte popular, en la que fue la casa del Inka Garcilaso. Como siempre acompañada la visita de una buena explicación se consigue entender más sobre los incas y su historia,apreciar el arte de la ciudad, entender la influencia católica en la pintura y lo más importante, acercarte a este hombre, de madre indígena y padre español (el capitán Garcilaso de la Vega). Un hombre cultísimo que asombró a la propia corte española cuando se fue de Cuzco a Andalucía. Y que supo recoger en sus libros lo que le llegó de sus antepasados convirtiéndose, como ya mencioné, en el cronista más apreciado sobre el mundo Inca.
Casa del Inka Garcilaso |
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