Me tiré de la cama, posiblemente de la mejor cama que he tenido en Perú, a las cuatro de la mañana. El guión así lo requería. El tren a Aguas Calientes sale a las 5 pero incomprensiblemente te obligan a estar 30 minutos antes en la estación. Este tren tiene un coste desorbitado por el simple hecho de que es el mejor camino (excepto andando, que es el ideal) hacia Machu Pichu. 135 $ ida y vuelta a través de una línea diría que aburrida y vulgar por más que se la idealice. Más o menos es como si para ir de Vitoria a Atapuerca hubiese que pagar 500€. Si fuesen ferrocarriles estatales aceptado, pero creo que es el primo de alguien importante el que se lleva los dólares.
En Aguas Calientes, a eso de las 7 cojo un autobús (de otro primo, supongo, este de 24$ ) que te acerca por una serpenteante carretera a Machu Pichu.
Ya en la entrada pregunté por un guía, pero esta vez quería compartirlo, por divertido y por precio. Tomé un cafecito tranquilo, me entoné y tantantantán, sonó la flauta, me junté con un grupo de unos ocho peruanos con los que hice una visita entrañable. Dos horas de introducción, neblina va, neblina viene, la montaña que aparece y desaparece añadiendo un cierto encanto al descubrimiento del lugar. Aunque, no lo negaré, echando en falta, la foto deseada. Esa que todos hemos visto mil veces.
Un pequeño tentenpié a base de Quiche y dispuesto a iniciar la escalada a la Puerta del Sol (digamos Sun Gate para distinguirla de la de Madrid). Una interminable subida de una hora en busca de la vista perfecta de Machu Pichu. Una subida que se me hizo más ligera por la compañía, una jovencita francesa, Margherite, que va a estudiar cuarto de arquitectura en Chile a partir de marzo y como preparación ha decidido viajar sola durante tres semanas, por estos lares. La primera vez que sale de casa sola y se lanza a esta aventura. Tomen nota los jóvenes. Pero llegamos a la cima y empezó a llover. Bien, así se irán las nubes; y se fueron, pero solo un poco; y volvió a llover, y esperamos otro poco, y calado hasta los huesos pensé que ya lo vería en google earth. Emprendí la bajada. Margherite se quedó media hora más. Luego me dijo que no le había servido de nada, pero que tranquilo, que con photoshop arreglaríamos las cosas. Ahí va mi foto antes de tratarla con photoshop.
La gran vista de Machu Pichu |
La emoción de estas caminatas se iba sumando lentamente a la ya acumulada con los descubrimientos de días anteriores. Tan sobrecogedora naturaleza y tan soberbias obras marcan, no cabe duda. Me sentía realmente lleno. Tomé un tranquilo café de despedida bajo las ruinas legendarias y cogí el autobús de regreso, pero con parada en el museo Chávez Picón, a media hora andando de Aguas Calientes, donde disfruté de una sencilla pero entretenida exposición que completó mi aprendizaje y puso un broche final a los tres días de imperio inca. Solo había una familia de chilenos, admirados como yo de la obra de este arqueólogo peruano que hizo grandes descubrimientos, no solo en Machu Pichu, también en otras zonas del Perú. Y en este caso, lo descubierto ha quedado a disposición de los visitantes. No como lo que descubrieron los americanos, hace más de un siglo, que se lo llevaron a EEUU para estudiar, con un permiso de dos años y solo han devuelto un diez por ciento de lo llevado. En fin, la historia es siempre la misma.
El día no acabó aquí. Esperando al tren me senté en un banco en el que había una pareja y cómo no, comenzamos a charlar. Eran las 5:30. No paramos en cinco horas. Fuimos de pie en el tren, parecía no importarnos el haber pagado 135 dólares. Sebastián, peruano-italiano y Julie, francesa. El punto que nos unió al principio fue el restaurante Central de Lima (el Lima de Londres) porque Sebastián es un gran conocedor de la cocina Peruana. Y de muchas otras. Su debilidad es la Thailandesa. Quiere montar un restaurante Thai en Perú. Lo tiene todo estudiado, me lo contó con tal emoción que resultaba embarazoso hasta hacerle una pregunta a mitad de su explicación. Mientras se hacen con el capital necesario para ese sueño, quizás monten un restaurante peruano en Burdeos, donde ahora viven. Sebastián estudió Biología pero tras un año deambulando por el mundo decidió estudiar algo de Marketing pero no aguantaba la corbata y de nuevo cambió, es un bohemio pero con un sueño claro, el que he contado. Sus padres, ambos médicos. Su madre es la máxima responsable del servicio de neuropatología de Perú. Hablaba de ella con auténtica devoción, si bien dejando claro que su mayor y casi único interés eran los muertos. Su padre murió. Julie tiene una hermana que ha vivido en Londres hasta hace menos de un mes. En Hammersmith. Increible, vecina de nuestros amigos César y Encarna. Seguro que nos hemos cruzado algún viernes por las orillas del Támesis, incluso con Julie, que ha ido muchas veces a visitar a su familia. Uno de los lugares predilectos de Julie es Borough Market. Lo entiendo.
En fin, que bajamos del tren y sin hacer ningún caso a los que nos asediaban vendiéndonos viajes a un sitio y a otros, seguimos nuestra conversación hasta la plaza de Ollantaytambo donde decidimos tomar una cervecita rápida. Se nos hicieron más de las 10. Pusimos patas arriba el mundo. Fue esta la guinda del pastel. Del día más largo. Nos veremos. Cualquier día me presento en Burdeos. O quizás en Donostia donde Sebastián y Julie me han aconsejado el mejor restaurante para comer carne y el mejor lugar para la tarta de queso. Nos veremos.
Julie y Sebastián. Ollantaytambo. |
Ellos iban a Urubamba, yo volvía a Cuzco. En el camino de vuelta, somnoliento a veces me venía a la cabeza, como en un sueño, esa frase que me enseñó mi padre: "Vedere Napoli e poi morire". Ver Napolés y después morir. Esa es exactamente la sensación que yo tenía, la de una gran satisfacción y gratitud por lo vivido este largo, larguísimo día.
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