El autobús, cómo no, de auténtico lujo, con azafata, con comida servida, con una programación increible de cine e incluso de libros electrónicos (debería tomar nota Iberia) y pantalla individual, asiento que gira 140 grados (o más si pagas más), un servicio excelente.
Y surge una primera divergencia entre lo que sientes dentro del vehículo y lo que ves fuera, a orillas del majestuoso Pacífico. Desde la ventanilla con ganas de ver cosas nuevas como voy solo veo chabolas, edificios a medio construir, aparentes fábricas de no se sabe qué, y arena, mucha arena; de vez en cuando un oasis de arbustos, una pequeña ciudad cochambrosa y a los pocos kilómetros se retoma la locura. No entiendo, me resulta incomprensible.
Voy hacia Paracas por la llamada panaméricana, son menos de cuatro horas de viaje. Cerca de Pisco, ciudad arrasada por un terremoto en 2007 (y otros más que se repíten) está Paracas que me sorprende, es una pequeña ciudad costera con un paseo marítimo de los de antes. Mi "hotel" está en pleno malecón. Es humilde pero bonito y limpio. Pero ay el calor... Dos ventiladores en mi habitación y como si nada; dicen que van a poner aire acondicionado, veremos.
Malecón de Paracas |
Decido dejar para el día siguiente la visita a las Islas Ballestas, mejor pronto por la mañanita. Y opto por la otra gran atracción del lugar, el Parque Natural de Paracas. Y chulo como soy decido hacerlo en bicicleta, por mi cuenta. Hasta aquí todo bien pero nadie me ha dicho que el viento viene de frente, y vaya viento. Los que andan en bicicleta saben que este es uno de los grandes enemigos del ciclista. Son 15 o 20 kilómetros pero se me hacen como 50. Os podéis imaginar que la bicicleta que alquilo está incluso oxidada, aunque eso sí, con marchas. Dejo evidencia fotográfica del lugar, y del que suscribe.
Empezamos, todavía fresco |
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