![]() |
Tur-bus, bien conocida, ahora en novela |
Puesto que el norte no me quiso tomé dirección al sur a sabiendas de que solo podría ser una toma de contacto y solo del sur más inmediato, del chico. El sur grande, aquel del estrecho de Magallanes y del Círculo de Fuego, quedarán para otra ocasión. Incluso los lagos, Puerto Montt y tantos lugares míticos tendrán que esperar.T
Decido ir primero a una pequeña ciudad llamada Chillán, a cinco horas de carretera de Santiago. Chillán era una ciudad colonial pero en los años 30 un terremoto arrasó el 95% de la ciudad, solo quedan vestigios. A la ciudad sin embargo le quedan los aromas. Fue el mayor terremoto de Chile y uno de los grandes del mundo, al menos e número de muertos, más de 30.000. La vieja catedral fue sustituida por una moderna y curiosa que se ha vuelto bandera de la ciudad; su perfil representa las manos agarradas de una persona rezando. La ciudad conservó en sus mapas el recuerdo a la ciudad arrasada y así se ve en todos los mapas un “Chillán viejo” pegadito al Chillán que conozco.
En una visita a la oficina de turismo, que, hay que decirlo, oficina que me cuesta encontrar (internet en estos lugares es para algunas cosas, todavía, un viaje que recorrer, bendito sea), el joven que me atiende se explica tan bien y es tan agradable que me convence para que alargue mi estancia en Chillán. Poco a poco me va diciendo lo que acaso quiero oir y me conduce hacia caminos que no estaban en mis planes… y me dejo llevar. Ah, el poder de la palabra. Cómo lo envidio. Pero qué peligroso es. Es cara y cruz. Cuando alguien zalamero te convence y luego reparas en el engaño, ah, qué desilusión, qué fraude. Pero qué gusto mientras le escuchas. Y si no hay engaño, qué satisfacción. A veces me alegro de no tener este don de la palabra. Porque uno lo sabe y se recrea y es díficil resistirse a malutilizarlo y abusar de la bondad ajena. Cuántas frases hechas, cuántas ideas que no lo son, puestas en boca de un buen orador, embaucador, se convierten en consignas que se repiten una y otra vez, como el eco, y se acaban convirtiendo en verdades absolutas, indiscutibles, innegociables. Por eso me son tan admirables los hombres silenciosos, los que solo escuchan.
Poco a poco me voy convenciendo de que Chillán y alrededores será mi único sur de Chile. Tengo así la oportunidad de probar unas carnes fuera de este mundo (restaurante “el fuego di-vino”, tira asada de vacuno, qué horror, hay quien la come con salsa a la pimienta y otros mejunjes). Y de cenar en un pintoresco lugar que su nombre lo dice todo (“onde´l Pala”; Pala sería el que lo montó, digo yo). En este lugar iba a ver y oir cuecas. Iba, porque no me salió bien. Lo que al final no alcanzo a probar, y ahí se queda para otra ocasión, son el pastel de choclo (maíz) y la humita (también a base de maiz, y que puede ser dulce o salado).
Tres noches en Chillán para ya luego iniciar el camino de vuelta.
En Chillán visito el mercado. Cualquier mercado tiene interés, hay algunos, todos los hemos visitado, que son especiales. Este es uno de ellos. Por su disposición física, por sus productos, por la sensación de autenticidad, por su luz, por su color, por las gentes que lo atienden, por sus olores, por su limpieza, por sus suciedades, por la sensación de libertad o por la sensación de ahogo, por los asiduos, por los ocasionales, por las connivencias internas que se intuyen, por los secretos que no se alcanzan a saber, por los precios, por los regateos, por los malandrines, por los que piden, por los que viven día y noche a su abrigo, por los que no conocen otra vida, por los que saben y por los que no, por los mirones y por los que desconfían, por los descuidados, por sus claridades, por sus oscuridades, por todo. Este mercado es especial, pero, como ya quedó dicho, ni mis palabras ni mis fotos, ni siquiera las magníficas fotos que seguro hay en la red, ayudan a entender ni una parte de lo que es, no hay otra sino pasearlo, todo lo demás son filfas.
Tres noches en Chillán para ya luego iniciar el camino de vuelta.
![]() |
Vista parcial del mercado |
En Chillán visito el mercado. Cualquier mercado tiene interés, hay algunos, todos los hemos visitado, que son especiales. Este es uno de ellos. Por su disposición física, por sus productos, por la sensación de autenticidad, por su luz, por su color, por las gentes que lo atienden, por sus olores, por su limpieza, por sus suciedades, por la sensación de libertad o por la sensación de ahogo, por los asiduos, por los ocasionales, por las connivencias internas que se intuyen, por los secretos que no se alcanzan a saber, por los precios, por los regateos, por los malandrines, por los que piden, por los que viven día y noche a su abrigo, por los que no conocen otra vida, por los que saben y por los que no, por los mirones y por los que desconfían, por los descuidados, por sus claridades, por sus oscuridades, por todo. Este mercado es especial, pero, como ya quedó dicho, ni mis palabras ni mis fotos, ni siquiera las magníficas fotos que seguro hay en la red, ayudan a entender ni una parte de lo que es, no hay otra sino pasearlo, todo lo demás son filfas.
En San Carlos, a poco menos de media hora en autobús está la casa natal de Violeta Parra, La Violeta. Y me dicen que hay que visitarla. Un fraude. Eso sí, con todos los parabienes oficiales, “monumento histórico nacional”, y no es casa ni es nada. Un cuidado patio y unas salas donde supuestamente nació Violeta Parra y donde ahora se proyectan unos penosos videos sobre su vida y su obra. Ya me empiezo a mosquear cuando veo que la única preocupación del que cuida de la casa es convencer a los visitantes de que aquí nació la artista, en San Carlos. Certificado de nacimiento, reconocimiento de no sé qué ministerio, declaraciones de su hermano Nicanor…. Más tarde, camino de San Fabián, leo en un folleto que me dan, que Violeta vivió sus primeros cuatro años en San Carlos. Y nada más se supo. Ni lo menciona en sus poesías y canciones (como hiciera Gabriela Mistral) ni se sabe que por aquí volviera. Un fraude.
En San Fabián tomo un café, sino bueno, algo difícil de conseguir en todo Chile, al menos bien servido, lo que no es poco. Cuando ya me voy, veo en la televisión hablar al entrenador del Atlético de Madrid, parece que han jugado con el Real Madrid y han perdido. Hago un comentario como para mi pero un señor que está con dos chavales me entra al trapo. Se apellida Ávila, me dice, su nombre le viene de la ciudad española, afirma con rotundidad. Mi papá, dice, estuvo hace poco a visitarla….son nuestros orígenes. Lo dice con convicción, como si no tuviese claro de que así fuese y lo fundamental fuese convencer al que le escucha. Yo me lo creo…más tarde me entrarán dudas sobre esas busquedas de antepasados, de historia…Ya me entenderéis.

Altiro, de uso continuo en Chile, dice el diccionario de la RAE: inmediatamente, utilízase en Chile coloquialmente, etimología: al tiro. Y es que para cualquier cosa que pidas en estas tierras la respuesta inmediata es altiro…aunque luego no sea tan inmediato. Porque, hay que decirlo, el chileno es tranquilo, tiene una pachorra que a los vehementes destroza. Cuando sabes cómo son las cosas, te abandonas y pasa. En un hotel pedí que me llenaran la cantimplora. Altiro, señor. A los diez minutos les pedí que me la devolvieran, que tenía prisa. Tendrían buenas razones, no lo dudo.
Le pregunto por la fiesta del Chivo que creo se celebra este fin de semana en San Fabián, me dice que me vaya con ellos, que me enseñan su ciudad y que me acercan al lugar donde se celebra la fiesta y que por cierto está al lado de la “pequeña” finca de su papá. !Vaya finca! Me da su web, a través de la cual su familia vende “eventos y excursiones” por la finca y alrededores, www.saboresybosque.cl , todavía no la he visitado. A un lado el cerro Alico, más allá el cerro Malalcura. Lugares paradisíacos me dice Rodrigo donde en noches de luna llena no se necesita otra luz para caminar. Cada dos por tres se va unos días a esas tierras, con sus hijos, con las carpas (así le llaman a las tiendas de campaña) y los sacos, y se oxigenan. La familia quiere explotar la idea y organizar excursiones, para aventureros y menos aventureros, a estas privilegiadas tierras. Le interesan los extranjeros, debe ser por la guita.
Rodrigo es generoso con su tiempo, que es una buena medida de generosidad. Rodrigo es político. Yo diría que 50/50 con todos esos negocios en torno a la finca de su papá (aquí siempre le dicen papá, nada de padre o madre). Resulta que Rodrigo es concejal, me dice de qué pero es tan largo que no me acuerdo: cultura, planificación estratégica, deportes y otras “carambainas”. Me da que manda mucho, además es del partido gobernante en el país (Renovación Nacional, derechas) y dice tener buenas relaciones a nivel regional y nacional. Seguirá mandando.
Junto a la piscina me presenta a su hermana, María Graciela, y a unas amigas, nos intercambiamos teléfonos. Me acerca donde se celebra la fiesta del chivo y me conmina a que sigamos en contacto, que quiere desarrollar esa idea de potenciar hacia el exterior el turismo de esta región. No se puede ser más amable, aunque cuando se va me queda en su 4x4 me queda una extraña sensación de vacío que también descubro en su mirada.

![]() |
Chivos abajo, chivos arriba |
No puedo comer chivo, tengo que reservarme para la cena. Pero no renuncio a probarlo. Exquisito. Hay que ver cómo saben las cosas hechas a la vieja usanza. Y una sorpresa, no total pero casi. La fiesta del chivo se celebra al lado de “la media luna”, una especie de plaza de toros pero con una barrera interior, en el ruedo, en forma de media luna. Aquí se hacen los rodeos, fiesta tradicional chilena que tenía ganas de ver y que pensé que también iba a dejar para otro viaje. Y aunque no he visto el rodeo, me lo han explicado (como dos jinetes marean al toro y luego acorralan al toro y en función de cómo lo hagan obtienen unos puntos…), he visto la famosa media luna, he visto jinetes vestidos al uso y todo ello con un a costillita de chivo que me regalaron. Un día completo. Pena que las prometidas cuecas “onde´l Pala” se quedaran en un cantautor, interesante pero muy lejano de la fiesta amorosa entre china y huaso que en la cueca se ve.
De vuelta a casa, guasap de Rodrigo, ¿Todo bien amigo? me pregunta. Debo reconocer que un político es un ser extrañamente admirable.
![]() |
La media luna. Los rodeos |
No hay comentarios:
Publicar un comentario