sábado, 2 de febrero de 2019

La Serena, no tan serena

Estoy escribiendo en el autobús que me lleva hacia La Serena. He amanecido a las  6:30, mochila al hombro metro hasta la estación y 6 horas de carretera por una bien conocida Panamericana. La misma que en Perú atraviesa las líneas de Nazca. He tenido la curiosidad de ver los kilómetros que tiene esta “ruta”.  Wikipedia dice que 48.000. Sí, no sobran ceros. Va desde Tierra de Fuego hasta Alaska. Solo cortada 130 kms en Panamá-Colombia.  En fin, un poco más que la E5 Madrid-París. 

El Pacífico aparece y desaparece a mi izquierda según el trazado de la carretera. A la derecha, desierto, o por mejor decir, desértico paisaje, a tramos marrón a tramos verde. A medida que nos acercamos a  La Serena el paisaje es más y más verde. A unos 100 o 150 kms en esa dirección, los Andes. Argentina está a menos de 200 kms. Impone la naturaleza. No puedo evitar pensar la enorme injusticia que supone que siendo de todos sean unos pocos los que se apropian de ella. Se apropian del agua, que luego nos venden embotellada, se apropian de la tierra  que son convertidos en “parques naturales”, se apropian de los minerales que luego consumimos en coches, se apropian hasta del sol que la alumbra y del viento que la mece. Y en pura ley es tan de ellos como nuestra. 

Hablando de naturaleza hablemos de terremotos. Por aquí son habituales. Hace menos de un mes el último. Cosa de nada. Pero cuando pegan fuerte lo hacen sin compasión y, al parecer, al norte hay pueblos abandonados tal 

como los dejaron sus habitantes tras el paso de un terremoto. Y al sur, no muy lejos de Santiago, en no pocos pueblos quedó menos del 10% de lo que eran antes del terremoto del 2010. Impone la naturaleza.

A mi lado, ahora dormida, una joven venezolana. 25 años. Su hermano en EEUU esperando la Visa desde hace dos años como refugiado político. Sus padres siguen en Maracaibo. Que no se mueven; dice que ya son viejitos. Él tiene 57 y ella 60. Sobreviven, aunque cuesta entender que se pueda sobrevivir con unos pocos dólares al mes, como al parecer sucede. Cuando me habla de rentas creo estar oyendo datos de un país africano. Por no tener no tienen ni energía. Día sí día no se quedan sin luz, días enteros. En un país con unas reservas de petróleo creo que fabulosas. 
Aura, que así se llama, se vino a Chile hace 5 meses, con una amiga. Escapó de Venezuela por una de las fronteras de Colombia, no pagó porque tenía amigos. Vino a Chile con papeles; al parecer el gobierno chileno facilitó, mientras se pudo, las cosas a los venezolanos que estuvieron atentos.  Estudió lo que en Venezuela se llama “Paramedicina” (medio médico quiero entender), ha trabajado unos meses en asistencia social y ahora se va a dedicar a lo que de verdad le gusta, la música. Y es que estudió en el llamado “Sistema Nacional de Coros y Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela”, reconocido en todo el mundo y cuyo mejor representante es el director de orquesta Gustavo Dudamel (al que por cierto vimos hace unos meses en Londres, muy bueno). Intuyo que Aura tiene una buena formación musical. Dice que hará vida aquí, no muy lejos de sus padres, por si tuviera que ir en su auxilio…que ya son viejitos.

Al este, a unos 40 kms dejamos Ovalle, allí vive un hermano de mi tía Olga, la chilena. Ella es algo culpable de que yo esté en Chile. Desde que vino a España, hace ya 40 años, Chile me quedó grabado como un lugar a visitar. Recuerdo la cinta de cassette de cuecas que llegué a saber de memoria. ¿Dónde andará esa cinta?. Y Valparaiso me sonaba entonces como una ciudad mítica. 

Con una hora de retraso llegamos a La Serena, bonito nombre. Como anticipaba, esta es una ciudad turística como tantas otras pero en la que disfruto unas horas del sol y de la comida. Una taxista me acerca a “La picá de mar adentro”. Nos paran los carabineros, asombra la cantidad de papeles que tiene que presentar. Todos en orden…pero le falta un detalle. Soledad, que así se llama, promete arreglarlo y nos dejan seguir. Algo bueno aquí, me dice, es que la policía no es corrupta. Eso percibo. Además, se lo curran, no veas cómo le dan a la bicicleta paseo marítimo arriba, paseo marítimo abajo.


El Loco. Mariscal. Hostiones otros mariscos

En “mar adentro” pruebo el loco, un marisco del que me habló mi tía, un marisco carnoso como el pulpo, algo más tieso y que como al natural (nada de pilpil, ni salsas con parmesano esta primera vez).  Y de nuevo me pido con la cervecita una empanada, esta vez de tres mariscos: hostión, macha y camarón. Riquísima. Al acabar me ofrecen un bajativo. Aunque solo sea por agradecer el regalo del “palabro”, no lo rechazo. Y lo bajo bien bajado con la caminata que me doy por el larguísimo paseo marítimo.
Cuando ya más tarde me voy al hotel no puedo evitar pensar en la última discusión con la venezolana del autobús. Sin yo preguntarle nada me empieza a hablar de la hija de Chavez y me dice que es una de las grandes fortunas del mundo (echo un vistazo más tarde por la red y sí que se la cita como la primera fortuna de Venezuela). Y como ella, continúa Aura, hay decenas de nuevos ladrones que siguen sacando cantidades vergonzosas de dinero a Andorra y otros paraísos. Pues bien, a los dos minutos me dice, la muy ingenua: pero mira, yo creo que esta crisis que está pasando el pueblo venezolano al final es buena, porque la gente está aprendiendo que uno no puede ni debe vivir por encima de sus posibilidades. Y me rebelo y se lo digo. Hay que ver lo listos que son los poderosos, ladrones de guante blanco: se llevan el dinero y la culpa se la pasan al pueblo, que la acepta resignado. Que se lo digan a los griegos.
Bueno, y a los españoles, y a los portugueses, y a los italianos.
Hasta tuvieron la ocurrencia de ponernos nombre y que la gente nos riésemos con la gracia. PIGS, acrónimo de Portugal, Italia, Grecia, España.  Cerdo en inglés.


Así va el mundo. Buenas noches. A reir tocan



Paseo Marítimo La Serena. El que avisa no es traidor.


Se lo podía uno imaginar: Subir tanto como se pueda.

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