
Uno de ellos es un bocazas, de esos a los que viene bien escuchar un poco, lo justo y así captar alguna información útil; viene de Guanajuato. El otro es un hombre sensato, culto diría yo, con el que cruzo dos palabras sobre el México actual. Empiezan a hablar entre ellos, capto que hablan de aluches, me entrometo y pregunto qué son los aluches. Hombrecillos traviesos me contestan, como los elfos. El listo, cómo no, me cuenta su experiencia con los aluches, cómo se le aparecieron y cómo conseguía evitarles rezando padrenuestros. Ya estamos, me digo, hete aquí una persona con sólidas creencias. El sensato dice, a media voz, eso sí, que él también ha tenido contacto con aluches. Este se quiere quitar del medio al listo, pienso yo. Pero no, no es así, algo debe haber, sorprendentemente no dejan de hablar durante la hora y media de viaje.
Viajamos en una “vagoneta” hacia Celestún, un pueblo al lado del Golfo de México situado en medio de una reserva natural protegida y por la que espero pasear en barca.
En maya es alux, plural aluxes, casi todos se refieren a ellos como aluches. Son pequeños, como hasta mi rodilla, duendecillos enanos vestidos a la tradición maya, invisibles, aunque a veces se aparecen para asustar, juguetones… pero también seres mitológicos, protectores y otras mil zarandajas.
Percibo, en los pocos días que llevo en México, un interés muy notable por lo sobrenatural por las ancestrales tradiciones de cultos extraños, por los mitos, por el esoterismo, por las tradiciones, por la religión,….y quién no lo ha oido, por el culto a los muertos. Me decía el ínclito guía de Chichen Itzá que no, que a los jóvenes ya no les va la religión (católica, se entiende), que ahora están mucho más interesados por otras fuerzas “más” espirituales. Pues eso.
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Fijense con atención y divisarán los flamencos |
A la barca subimos siete, seis mujeres y yo. Son cuatro hermanas, una “como-si-lo-fuese” y la sobrina. Casi tres horas de recorrido. Un paraíso que de momento tiene el respeto del pueblo y de los gobernantes. Ni se puede construir ni se puede vivir, no hay chiringuitos, no hay ruidos, no hay nada, solo naturaleza. Y flamencos, por eso estamos aquí, que en marzo desaparecen. No tenemos mucha suerte, se ven flamencos pero un poco alejados. Las bellísimas salinas aguas rosadas nos recuerdan que hay flamencos pero quisiéramos poder tocarlos… Luego los manglares, paseo ensoñador, solo quien lo vivió lo sabe. Y casi al final, baños mayas (siempre maya, todo maya), baños de lodo en medio del mar, el agua no llega a la cintura, dicen que te deja la piel de un bebé.
Una travesía entretenida con las mexicanas del norte, de un lugar llamado Reinosa, muy al norte, frontera con Texas. Nos hemos reído. Siento que los españoles somos muy bien recibidos. Todos se dirigen a ti con respeto y aprecio. En otro momento hablaré de esto, de cómo percibo a unos y a otros, y cómo percibo que nos perciben, más adelante.
Las seis chamacas y el salvavidas |
Como en un chiringuito de playa. Boquinete, un pescado frito cuya blancura y tersura hacía tiempo que no disfrutaba.
De vuelta a Mérida paseo por la ciudad y a las 8 me acerco a ver, frente a la catedral, un anunciado espectáculo sobre el famoso juego de pelota maya. Lamentable. Qué cosas más chabacanas y faltas de seriedad se les ocurre hacer a nuestros gobernantes, aquí y en Pernambuco. Porque esto lo he visto también en España y en otros lugares de Europa. Les das dinero, un ordenador, gente que necesita ganarse la vida ( actores en paro, guionistas más que mediocres, magos de la magia informática y de los programas audiovisuales, funcionarios serviles, políticos chupatodo) y te hacen un espectáculo “único”, sea con la pelotita sea con un proyector frente a la portada de la catedral de turno. Lamentable.
Duermo de maravilla, a pesar de los pesares.
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